Poesía del caos.
En su forma original, el credo de Nicea fue un arma: que se convertiría en
un artículo más sublime de fe en tiempo, cuando la poesía, la ornamentación y
un ritmo menos abrupto fueron modificándolo por el simple proceso de adición de
palabras. Estas palabras, las cuales dieron profundidad y resonancia al credo,
fueron agregadas en el concilio de Constantinopla en el 381 dC y finalmente
aprobadas en el concilio de Calcedonia en 451 dC. Entonces la segunda cláusula
se lee así:
“y en un Señor Jesucristo,
el Unigénito hijo de Dios, engendrado del Padre antes de todos los mundos, Luz
de Luz, Dios de Dios, engendrado, no creado, siendo de una misma sustancia con
el Padre, a través de quien todas las cosas fueron hechas, quien por nosotros
los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos y fue hecho carne
por el Espíritu Santo y la virgen María y fue hecho hombre, y fue crucificado
por nosotros bajo Poncio Pilato, y sufrió y fue sepultado y resucitó al tercer día
según las Escrituras y ascendió a los cielos y se sentó a la diestra del Padre
y vendrá otra vez en gloria a juzgar el pecado y la muerte y su reino no tendrá
fin”.
Y así, vino a través de un lento proceso de revisión y corrección de
errores, como un poeta sustituiría una nueva palabra o una línea, revisando su
ritmo y belleza y haciendo un resumen de la fe cristiana, dicho resumen, como
pudo haber pasado pudo haberse desviado
de la mente de los apóstoles.
Pero de hecho esta declaración de fe vino a través de un arduo y lento
proceso después de muchas amargas contiendas y muchas sutiles peleas
dialécticas y en la versión aceptada por el occidente, iban a haber más
cambios. Las palabras “Dios de Dios” omitidas en el credo original de la
iglesia de Constantinopla, fueron restauradas, y hubo más alteraciones las
cuales cuando finalizó la contienda contra el arrianismo perdieron su
influencia. Nadie que lea el credo según la versión occidental el día de hoy
necesita recordar que esto fue un martillo que golpeó la herejía.
Pero la herejía continuó, ninguna de las diatribas de Atanasio ni ninguna
de las decisiones del concilio tuvo poder para prevenir la herejía.
Más tarde Atanasio escribiría al emperador Joviano diciendo que Nicea fue
la ocasión para una proscripción pública de todas las herejías. Por un tiempo
él creyó que la palabra del Señor, la cual había sido dada en el concilio
ecuménico de Nicea permanecía por siempre. Tenía buenas razones para creer que
había ganado un resonante éxito.
Constantino había ganado. Arrio había sido públicamente anatemizado, según
el historiador Sócrates, Constantino lanzó un escrito imperial ordenando que
todos los libros de Arrio fueran quemados, para que su depravada doctrina fuera
enteramente suprimida y para que así no quedara memoria de él en el mundo. El
castigo por mantener cualquier libro escrito por Arrio era la muerte.
Unos cincuenta y cuatro años más tarde cuando Gregorio Nacianceno fue convocado a Constantinopla encontró una
sola pequeña congregación en la ciudad que no se había convertido al
arrianismo. Al final el arrianismo estaba para morir y a la larga como
resultado de las perseverantes declaraciones doctrinales de Atanasio. Pero a
pesar de esto los anatemas seguían siendo una fuerza viviente en la tierra.
Banquete de clausura.
El concilio vino a un fin el 25 de julio con un solemne banquete dirigido
por el emperador. Había deliberado por un periodo de casi siete semanas, no
solo acerca de la herejía arriana. Una traducción árabe del canon de las
escrituras discutido en Nicea encontrado en el siglo XVI muestra que ellos
discutieron en ochenta y cuatro asuntos que van desde la fecha de resurrección,
hasta determinar si el clero se puede casar o no.
Ahora ya cansados los obispos se prepararon para irse de regreso a sus
casas, las últimas declaraciones y pláticas habían sido hechas, solo quedaba el
banquete ceremonial con el emperador sentado a la mesa en medio de todos ellos.
Constantino vestido de morado, dorado, y piedras preciosas estaba de buen
humor. Añadió a Atanasio, quien dio regalos a los obispos que le favorecieron,
y en un punto convocó al no regenerado obispo Asecio quien poseía una singular
postura con relación a la herejía novaciana quien mantenía que como solo Dios podía
perdonar pecados y que cualquiera que cometía pecados después del bautismo debería
ser permanentemente apartado de la santa comunión. Constantino le recordó a Asecio
que la doctrina de la iglesia estaba finalmente establecida. Asecio hizo dio un
largo discurso acerca de su puritana interpretación de las escrituras.
Constantino soltó una carcajada “Ho, ho Asecio ahora pon una escalera y escala
al cielo por tu propia cuenta”
Y algún tiempo después, Constantino convocó al obispo Pafnucio, besó el
encaje vacío, presionó sus piernas y brazos, fue especialmente gentil con todos
los obispos quienes habían sufrido durante la persecución. Entonces los obispos
salieron todos a través de una línea de guardaespaldas que en alto cruzabas sus
espadas desenvainadas. Y así el concilio había terminado.
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