(Extraído del libro: Klaassen, Walter. Anabaptism: Neither Catholic nor Protestant. Conrad Press, St. Whitehall, 1973).
Lo que creían los anabaptistas y lo que es el cristianismo
Para los anabaptistas, y para todos los otros cristianos del siglo XVI, la fe cristiana ha sido revelada a los hombres a través de Dios. Dios fue su autor; y Jesucristo su mediador.
Por la muerte de Jesús, la cual fue una expresión del amor y la misericordia de Dios, el pecado es removido y el hombre es perdonado. Los méritos humanos de nada aprovechan porque los humanos no tienen nada delante de Dios. La vida en Cristo es un regalo por la gracia de Dios. Jesucristo es el salvador de los hombres, y el hombre es salvo por gracia a través de su fe en Él.
Pero aceptarle como salvador es solo el comienzo de la fe. La obediencia a Cristo como Señor es una parte integral. Como Hans Denck afirmaba: “Esta obediencia debe ser genuina, esto quiere decir, de corazón, boca, y obras que todas estas coincidan juntas. Porque no puede haber un verdadero corazón donde ni las obras ni las palabras son visibles”.
La vida de Cristo sirvió como un modelo para el estilo de vida que agrada a Dios. “que Cristo sea con su Espíritu y Palabra vuestro maestro y ejemplo, vuestro camino y vuestro espejo”. En miles de pasajes de los escritos anabaptistas, existe un llamado a un seguimiento concreto al ejemplo de Cristo.
Los anabaptistas dieron mucha importancia al nuevo mandamiento dado en Juan 13:34 acerca del amor; el cumplimiento del cual era una marca de una “genuina fe y verdadera cristiandad”. Insistían en que el mandamiento de amar era concreto y tenia que ver con asuntos específicos en la vida y la experiencia humana. Significaba perdón cuando había heridas, negarse a las represalias, negarse a herir, negarse a la coerción. Significaba ayudar, apoyar y defender al necesitado, confortar al que sufría, predicar el evangelio de Dios a los pobres. El mandamiento de amar tenia que contener, creían ellos, la usual identificación con el mandato de Jesús y los apóstoles. Y no era un asunto casual; debía ser deliberada y conscientemente cumplido. Es un compromiso que cada discípulo toma consigo mismo en el momento del bautismo, y que hace con regularidad cada vez que comparte la Cena del Señor.
Ya que Dios dio este mandamiento de amar a todos los hombres, vivir la verdad, y hacerlo en comunidad, los anabaptistas directamente asumieron que era posible, y que Dios daría su poder y Espíritu a todos aquellos que se lo pidieran. Creían que la persona que tuviera fe sería gradualmente cambiada hacia la santidad de Dios y a la imagen de Jesucristo por la acción del Espíritu Santo; esta santificación se hacia entonces visible por el estilo de vida que llevaban. Las buenas obras eran entonces la consecuencia y la evidencia de que uno era hecho santo.
Debido a su énfasis en vivir como Cristo, los anabaptistas han sido con regularidad objeto de acusaciones de legalismo. Lutero fue uno de los primeros. Cuando los anabaptistas enfatizaron que la fe es visible y genuina solo si es expresada en acción, Lutero no vio en esto otra cosa que un nuevo sistema de justificación por obras.
Los anabaptistas eran bastante sensibles en este asunto y con regularidad respondieron y rechazaron estas acusaciones. Como Menno Simons explicó:
“porque enseñamos de la boca del Señor que, si entráramos a la vida, deberíamos guardar los mandamientos; que el amor de Dios es lo que nos hace mantener sus mandamientos, los predicadores nos llaman turbulentos y hombres de mérito, diciendo que queremos ser salvos solo por nuestros méritos aun cuando siempre hemos confesado que n podemos ser salvos por ningún otro mérito que no sea la intercesión, muerte y sangre de Cristo.”
Lutero enfatizó la salvación por gracia a través de la fe únicamente. Él no descartó las obras sino, que, por el contrario, insistió en que estas seguían a la fe, así como el buen árbol produce buenos frutos. Pero algunos de las declaraciones de Lutero convencieron a los anabaptistas de que Lutero no era muy serio en sus creencias de una vida Cristo céntrica. Cuando Lutero dijo “pecar valientemente” ¿qué iban a pensar las personas? Muchos llegaron a la conclusión de que ciertas declaraciones cancelaban sus apelaciones por una vida de buenas obras. Al contrario, mientras Lutero y otros indudablemente escucharon las creencias anabaptistas con relación a la posición evangélica, sus creencias fueron rechazadas por constantes referencias a la “nueva ley” y la “Ley de Cristo”. La ley era para Lutero el punto opuesto al evangelio; no podía haber una unión entre ambos.
La preocupación de Lutero era hacer a la gente libre de las cosas que la iglesia católico-romana requería de sus fieles para ser salvo: las oraciones, la penitencia, el peregrinaje y todo eso. Pero muchos asumieron, a partir de las palabras de Lutero, que las obras también incluían comportamiento moral, y, por lo tanto, esto tampoco era ya importante. La insistencia protestante de que no había ley para los cristianos resultó en la tendencia popular de asumir que el protestantismo removía todos los grilletes morales y todas las restricciones. Menno Simons se quejó acerca de la vida carnal de los cristianos que profesaban tal creencia en su “Respuesta a las Falsas Acusaciones”:
“ni los borrachos, ni los avariciosos o personas pomposas, ni las mujeres profanas, ni los chismosos, ni los mentirosos, ni los ladrones, o derramadores de sangre, ni los maldicientes ya sea grande o pequeña deberían llamarse cristianos. Si alguno dice arrepentirse, entonces todo esto podría ser objeto de su debilidad e imperfección y debería ser admitido a la Cena del Señor, porque esa persona es salva por fe y no por sus méritos. Sigue siendo un miembro de su iglesia aun cuando es impenitente y duro de cerviz, hoy tanto como ayer y como mañana, a pesar de que las Escrituras ampliamente testifican que tales personas no deberían heredar el reino de Dios.”
Por el contario los anabaptistas desposaron un discipulado radical e intransigente.
La comunidad de creyentes
Mientras la decisión de venir a ser un discípulo era un paso individual en la fe, la nueva vida a la cual el discípulo venia a formar parte era una vida en comunión. Venir a ser un discípulo traía al candidato a una comunidad de quienes deliberadamente habían resuelto someterse a la voluntad de Dios para toda la humanidad. Pedro Riderman escribió:
“la iglesia de Cristo es una linterna de justicia, en la cual la luz de gracia alumbra para enseñar a todo el mundo, que los hombres también pueden aprender a ver y saber el camino de la vida”
Los anabaptistas estaban convencidos de que un cristiano no era capaz de ser un discípulo por sí mismo; por el contrario, necesitaba la ayuda y el entendimiento de otros para caminar en la escarpada y estrecha avenida de la vida.
En un mundo que aplicaba toda esta presión para aplastarlos, los anabaptistas no podían ser casuales con relación al seguimiento de Cristo. El pecado debía ser tratado si es que querían los que habían caído en pecado continuar como discípulos y como modelos de la comunidad. Por lo tanto, la iglesia practicaba la disciplina. La regla de Cristo de atar y desatar encontrada en Mateo 18:15-18. Si el pecado ocurría, el que supiera acerca del hecho era responsable de salir de tal comportamiento. La provisión estaba en el hecho de que la privacidad acerca del asunto fuera preservada. Dicho pecado no podía ser motivo de chisme o juicio ignorante. Si el asunto podía ser resuelto a este nivel todo quedaba ahí, el desatar o el perdón habían tenido lugar. El asunto podía por una razón u otra llegar más lejos, pero la misma regla de privacidad se aplicaba para la protección de quien había pecado. Solo como último recurso la comunidad usaba la atadura o la excomunión, cuando era clara la incompatibilidad de vida y convicción. En este caso, el que persistía en seguir pecando era tenido por gentil y era dejado a su propia suerte. Cuando algo así sucedía, la persona permanecía atado o sus pecados le seguían retenidos. Un pecado no podía ser perdonado a menos que el individuo estuviera consciente del mismo; el perdón hacía posible la liberación del ofensor.
El atar y el desatar es uno de los aspectos más radicales del discipulado anabaptista ya que este claramente asumía que la compañía de discípulos de Jesús, la cual es la iglesia, perdona y retiene los pecados. Esta era una continuación de la creencia católica de que el poder para perdonar pecados estaba en manos de la iglesia y bajo la autoridad de Jesús.
El fuerte compromiso de los anabaptistas con la disciplina de la iglesia no debería ser considerado un legalismo, porque aceptar la disciplina de manera voluntaria nunca es equivalente a legalismo. Un espíritu de legalismo sin embargo se hizo evidente. La manera de vida anabaptista requería una constante atención a los detalles del discipulado cristiano. Es raramente fácil determinar cuando un asunto dado compromete en realidad la posición de discípulo de una persona, y muchas veces las personas no podían con facilidad decidir cuando un asunto era importante y cuando no. Los asuntos eran por lo tanto muchas veces forzados y se volvían una prueba para el discipulado, y había una tendencia a sobre enfatizar la seriedad de la ofensa. La presión de la persecución externa sin dudas agregó a la determinación de no relajar la vigilancia, y la tendencia fue entonces errar en asuntos que debían tener cierta precaución.
La forma de discipulado anabaptista les guio a una nueva actitud hacia la propiedad privada. Ellos todos llegaron a la conclusión de que en el reino de Dios no existía el “mío” ni el “tuyo”. Cuando una persona entraba a la comunidad esta debía poner todo lo que tenía a la disposición de la hermandad. Aunque esto no necesariamente incluía la idea de un tesoro común, si implicaba que ningún cristiano podía decir que sus propiedades eran totalmente suyas y que no tenían nada que ver con los intereses de los otros. Simplemente ellos creían que dentro de la comunidad de fe no debería haber ninguna necesidad. Como diría Baltasar Hubmaier:
“cada uno debe estar consciente de la necesidad de los demás, de manera que el hambriento debe ser alimentado, el sediento debe recibir agua, y el desnudo, ropa. Porque nosotros no somos señores de nuestras posiciones, sino administradores y distribuidores. Ciertamente no hay ninguno que diga que los bienes de otro deben ser decomisados y dados a la comunidad; por el contrario, nosotros con alegría y sencillez de corazón damos la capa junto con la manta”.
La propiedad personal era permitida entre los anabaptistas, y no era tenida por un bien común, pero era tratada como tal. Una excepción a esta regla fueron los hutteritas en Moravia, donde estas convicciones desarrollaron una comunidad volcada a los bienes de producción y consumo.
A pesar del hecho de que Zwinglio y Melanchton en alguna ocasión hablaron del asunto de la propiedad privada entre los anabaptistas, en algún momento llegaron a la conclusión de que estas convicciones eran sediciosas. Mientras que los anabaptistas esperaban que sus ideas con relación a la propiedad privada prevalecieran en las comunidades, y que en ningún modo esto debería ser aplicado a la sociedad en general, aun así, representaba una amenaza para la estabilidad de la sociedad. Si el movimiento crecía, estas ideas podrían traer nefastas consecuencias para la economía. Por lo tanto, las autoridades establecidas estaban a la expectativa con sobradas razones.
Bautismo
El bautismo debía ser administrado a quienes habían mostrado evidencia de arrepentimiento y cambio de vida, quienes creían que sus pecados habían sido quitados por Cristo, y quienes decidían seguirle a Él. En el bautismo el nuevo creyente se comprometía a una vida de obediencia a través de la comunión con otros creyentes. Esta era una decisión adulta, por lo tanto, el bautismo era para adultos. El bautismo significaba una vida cambiada por la virtud de la muerte de Cristo y sin ningún mérito humano. Repetidamente los anabaptistas insistían que nadie debía ser bautizado sin haberse comprometido a la disciplina de la comunidad. Y de esta manera el candidato se declaraba a sí mismo listo para participar en los asuntos que tuvieran que ver con el pecado en la comunidad de una manera redentora.
Los anabaptistas veían el bautismo de infantes como una inferencia práctica de la doctrina del pecado original, pero que no tenía para nada apoyo en las Escrituras. El pecado, decían ellos, vino al mundo a raíz del conocimiento del bien y del mal. Un infante no tiene este conocimiento y por lo tanto no tiene pecado. Consecuentemente, no necesitaba ser bautizado para la eliminación de dicho pecado. Algunas declaraciones de Marpeck y Grebel ilustran esta postura:
“cuando los niños crecen en el conocimiento del bien y del mal, entonces es cuando hay pecado, muerte y condenación. Ya que la culpa de pecado existe en el conocimiento del mal, Cristo ha quitado el pecado del mundo a través de su sangre, el inocente a través de la palabra de la promesa, el culpable a través de la fe en Él. Aunque la inocencia contiene una raíz de pecado en la forma de la carne, aun no es pecado en sí misma.”
“todos los niños que aun no han venido al discernimiento del conocimiento del bien y del mal, son con seguridad salvos por los sufrimientos de Cristo, el nuevo Adán”.
Libertad Religiosa
Un tema caliente en la vida medieval era la creencia de que la sociedad europea era una sociedad cristiana, muchas veces a esta sociedad se le llamaba “corpus cristianum”. Desde el tiempo de Constantino la iglesia y el estado habían estado unidos. La iglesia estaba compuesta de todos los miembros de la sociedad, sino por convicción por coerción. Se creía que dentro de esta iglesia existía una verdadera iglesia fiel, pero nadie sabía quien era o donde estaba. Ellos formaban una iglesia invisible dentro de la cristiandad.
Por otro lado, los anabaptistas veían la iglesia como la compañía de aquellos que se habían conscientemente comprometido con Jesús. Nadie estaba bajo la obligación de unírseles. Y si alguien que ya estuviera dentro de la comunidad no podía estar de acuerdo con las reglas de esta, no era tampoco forzado a someterse a algo contra su voluntad y se le era permitido salir de la comunidad sin ningún tipo de restricciones. Los anabaptistas, junto con otros individuos como Sebastian Frank y Sebastian Castellio, fueron los primeros en levantar el clamor de la libertad religiosa.
Desde la edad media había sido aceptado la practica de condenar a los disidentes y paganos a muerte. Esto era llevado a cabo por el propio bien de ellos, así se decía; les prevenía a estos caer aun más en el error; algunas veces las torturas y la estaca les trajo a muchos al “arrepentimiento”. Durante el periodo de la reforma Zwinglio, Lutero y Calvino rechazaron completamente la noción de libertad religiosa. Los católicos y los protestantes de igual modo estaban de acuerdo en que los disidentes y paganos deberían ser tratados con la fuerza si no cedían a la persuasión.
Los anabaptistas, por otro lado, apelaban al mandamiento del amor dado por el Señor y al hecho de que la verdad de Dios no necesitaba coerción humana para lograr la victoria. Cuando la persuasión por la Palabra de Dios fallaba, el disidente debía sostener su error sin necesidad de perder su cabeza. Con algunas excepciones individuales esta norma era considerada para toda la Europa del siglo XVI como una invitación a la anarquía. Simplemente por ser la iglesia visible de esta manera, los anabaptistas estaban estableciendo una contra sociedad la cual, intencionalmente o no, retaba a la sociedad existente y a la iglesia existente. Desde el punto de vista de las autoridades esto no podía tolerarse. Por lo tanto, contra los anabaptistas hubo una feroz y terrible persecución.
La Biblia
Los anabaptistas compartían la creencia de los reformadores de que las Escrituras eran la autoridad final para los cristianos. Al igual que los protestantes ellos rechazaban las enseñanzas católicas que validaban al mismo nivel la tradición con la Escritura.
Pero ¿Cómo debían estas escrituras ser interpretadas correctamente? Los anabaptistas respondían esta pregunta de dos maneras. En primer lugar, entendían que la venida de Cristo era central, el evento en el cual Dios se reveló a sí mismo con mayor claridad y con mayor autoridad como nunca antes. Lo que Jesús hizo y dijo, tanto como las palabras y los hechos de sus primeros seguidores tenían por lo tanto mayor autoridad que cualquier otra cosa o persona. Rechazaron como Palabra de Dios para ellos cualquier cosa que no estuviera de acuerdo con la vida y la doctrina de Cristo.
En segundo lugar, los anabaptistas estaban de acuerdo con Lutero cuando este insistía en que cada creyente, sin importar que tan pobre, tenía en Espíritu Santo y podía, por lo tanto, legítimamente interpretar las Escrituras. Pero ellos fueron un poco más allá y sostenían el viejo principio que era solo la iglesia la que interpretaba las Escrituras. No es la jerarquía como en el catolicismo, no un grupo seleccionado de teólogos y maestros como en el protestantismo, sino la comunidad unida de discípulos. Esta comunidad luchaba con el significado del texto y lograba, cuando era posible, un entendimiento común de las Escrituras.
¿Qué es sagrado?
Los anabaptistas rechazaron totalmente la noción de que personas especialmente santificadas o lugares o cosas santificadas ponían a los hombres en contacto con Dios, por lo tanto, rechazaron un entendimiento aferrado por siglos de lo que era sagrado. (en este punto ellos siguieron a su maestro Zwinglio). Esto es demostrado en su observancia de la Cena del Señor.
En un esfuerzo por desasociarse completamente del mundo sacramental de la misa católica, los anabaptistas insistían en la no sagrada función de las palabras. Conrado Grebel escribió que solo las palabras de los evangelios o 1 de Corintios debían ser usadas para la observancia de la Cena, sin ninguna otra adición.
No había tales cosas sagradas, el pan era ordinario, y los utensilios usados para beber el vino eran ordinarios. No existía un lugar sagrado, los anabaptistas se reunían en casas, y creían que celebrar la Cena en la iglesia creaba una falsa reverencia. No había personas sagradas para los anabaptistas. Todos los que pertenecían a Cristo eran santos, y nadie era más santo que nadie. También rechazaban los días festivos especiales.
Los anabaptistas hablaban con frecuencia de la santidad, pero en su sentido profético básico el cual es personal y ético en naturaleza. En Jesús, Dios santificó a todas las personas, lugares, cosas, tiempo, y palabras que son devotas a Él.
En un esfuerzo por eliminar los abusos que caracterizaban las prácticas de la iglesia católica de su día, los anabaptistas se alejaron de los rituales emocional y religiosamente necesarios, incluyendo el ascetismo de sonido, color, y movimiento. Conrado Grebel, por ejemplo, insistía que el canto es contrario a la voluntad de Dios (aunque muchos otros anabaptistas claramente no aceptaron esta idea). El anabaptismo estableció una forma religiosa que llegó a ser significativa y más allá de toda duda indiscutiblemente empobrecida.
Conflicto con el estado
Las prácticas y creencias anabaptistas entraron en conflicto con el gobierno civil en cada uno de sus puntos. Su actitud hacia la propiedad, la defensa de la libertad religiosa, aun el rechazo al bautismo infantil todo esto amenazaba la estructura política establecida. Hay otras varias áreas donde este conflicto era más explícito.
El rechazo a participar en el magisterio.Este rechazo estaba basado sobre el principio bíblico de las dos órdenes, la nueva y la vieja. El estado es la autoridad restringente en el sentido de que no aceptaba el señorío de Cristo, castigar al malvado y proteger a los buenos. Como el siervo que lleva la justicia de Dios, el estado cargaba la espada para esta función.
La otra orden era aquella que voluntaria y gozosamente aceptaba el señorío de Cristo. Los anabaptistas sabían que ellos pertenecían a la nueva orden en la cual se actuaba de una manera radicalmente diferente a la vieja orden. Si ellos habían tomado en serio su confesión de no violencia no podían entonces participar en la función del estado bajo ninguna circunstancia.
Pero, al mismo tiempo fueron consistentes y trataron de aplicar la regla en sentido opuesto. Apelaban a que el magistrado estuviera separado de los asuntos de la nueva orden, la iglesia, negándole al estado cualquier derecho a tomar decisiones en la iglesia. Este era un alejamiento radical de una presunción que no había sido cuestionada por más de mil años.
El recahazo a hacer votos. El simple hecho de un juramento iba en contra de la prohibición de Jesús de jurar por cualquier cosa. Los votos y juramentos no deben ser usados por los discípulos de Cristo ya que estos son diseñados para asegurar que el individuo dice la verdad. Los discípulos de Cristo hablan la verdad como un hecho ya que ellos pertenecen a la verdad que es Cristo.
Existía también una dimensión agregada al rechazo de los anabaptistas de hacer algún voto o juramento. Muchos de ellos estaban bajo un juramento de lealtad al estado en el cual eran ciudadanos. Tal voto incluía el compromiso a tomar armas a favor del estado, y esto confirmaba una función del estado la cual ellos no podían sostener. Considerando el rechazo anabaptista a hacer votos o juramentos, no es difícil entender porque muchas veces eran acusados de sedición.
El rechazo a participar en la guerra.Así como el rechazo a hacer votos o juramentos, este rechazo se deriva directamente del punto de vista anabaptista de la relación de los discípulos con el estado. Su rechazo ocurrió en un tiempo de constantes guerras, tanto territoriales como en el sacro imperio romano. También este era un tiempo en el que toda Europa temía la agresión del imperio otomán turco. Por lo tanto, cuando Michael Sattler dijo que él no pelearía contra los turcos, eso era lo mismo que estar diciendo hoy que alguien no pelearía en contra del terrorismo. Para una sociedad cristiana, el rechazo a pelear en la guerra era lo mismo que decir que uno estaba dispuesto a dejar que los paganos conquistaran a los cristianos. Para los anabaptistas, el rechazo a la guerra significaba una verdad en las manos de Dios como una última consecuencia de un conflicto humano.
Cuando los anabaptistas hablaron acerca del rechazo a portar armas, eran tenidos por cristianos profesantes que peleaban contra otros cristianos profesantes. Eran tenidos por gente que sostenía una deslumbrada contradicción, confesando lealtad al príncipe de paz y negándose al mismo príncipe al tomar acción. Como Grebel escribió, el “evangelio y sus adherentes no están para ser protegidos por la espada, ni tampoco están para protegerse ellos mismos”. Los anabaptistas creían que la comunidad de Jesús tenia recursos y fuerzas para su propia vida y trabajo lo cual hacía el poder del gobierno prácticamente innecesario.
Pelear y matar estaban en contra de la ley del amor, sin importar cuando la situación pudiera demandarlo. Menno Simons escribió:
“todos los cristianos están obligados a amar a sus enemigos; a hacer bien a aquellos que abusan y les persiguen; a dar el manto junto con la capa cuando se es quitada, la otra mejilla cuando se es golpeado. Díganme, ¿cómo puede un cristiano defender con la escritura las represalias, la guerra, los golpes, asesinatos, torturas, robos, y el saqueo de ciudades y la conquista de países?
En cada era están esos que apelan a la necesidad de la violencia con el fin de perseguir la justicia. Los anabaptistas amaban la justicia, pero creían que la justicia y la violencia eran enemigas, y que el intento de obtener la justicia con la violencia era como luchar contra el fuego con aceite. Al contrario, rechazaron los poderes e instituciones establecidas y las autoridades que decían tener control sobre el pueblo. Comenzaron a vivir como si el reino de Dios, cuya llegada final ellos habían anticipado, ya estuviera entre nosotros. Decían “la guerra ha terminado” y comenzaron a vivir en paz.
El anabaptismo retó la unicidad de la sociedad medieval, en la cual la iglesia y el imperio, el papa y el emperador, el obispo y el rey, el sacerdote y el noble estaban de la mano en su responsabilidad compartida por mantener la hermandad, la paz y el orden. La respuesta anabaptista a estas presunciones estaba en proporción directa a su entendimiento de la vida cristiana como discípulos y su cosmovisión de la iglesia como una compañía de aquellos que se habían comprometido a Jesús.
Esto estaba en contraste con los reformadores. Aunque religiosamente fueron con claridad innovadores, socialmente todos los anabaptistas apoyaban el principio medieval de una sociedad unida. Mientras que Zwinglio y Lutero habían dado algunos toques verdaderamente radicales, pronto irían a ser embrujados por el prospecto real de secularización del estado y la descristianización de la sociedad. A este punto su conservativismo se había acabado. Por lo tanto, se opusieron deliberadamente a la tendencia de unidad social que estaba comenzando a desarrollarse.
La iglesia sufriente
Los anabaptistas creían que la persecución que ellos enfrentaban no era accidental. Era asumido que la comunidad de fe seria una comunidad sufriente. Jesús había dicho que la persecución seria real. Aun más, el Nuevo Testamento en todos sus escritos lleva la sombra de la persecución. Los anabaptistas creían que cualquiera que tomara el serio el seguir a Jesús enfrentaría la persecución.
Una persona anabaptista vivía según la regla de Jesús al precio de su propia vida, de esa manera daba una concreta expresión de las palabras de Jesús: “cualquiera que desee venir en pos de mí debe dejar su propia vida; debe tomar su cruz y seguirme”. Aunque el movimiento anabaptista era perseguido en una orgía de fuego y sangre, aun así, nunca comprometió su compromiso de vivir según la nueva regla aun en medio de un terrible poder basado en la vieja regla. Hacía cuatro siglos ellos sabían que muchos habían vivido y muerto por su “teología de esperanza” en la resurrección, de alguna manera su fidelidad sería tomada como la norma para la paz que Dios traería al mundo.
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