Thursday, October 9, 2014

Fino ajuste de la encarnación.








 
“Muchos errores fueron cometidos antes de que la iglesia descifrara la mejor forma de describir a Jesucristo”.

Poco después de la mitad del siglo II, Plinio el Joven, gobernador de Bitinia en Asia Menor consultó al emperador Trajano acerca del rápido esparcimiento de la “superstición” cristiana en su distrito, preguntándole que podía hacer con relación a esto. Luego de haber interrogado a varias personas, Plinio aprendió que “en un día específico” los cristianos se reunían antes del amanecer habitualmente y recitaban “un himno a Cristo, tanto como a Dios”.
Estos himnos, los cuales se remontaban a los días de la iglesia primitiva, agudamente contradicen la noción popular de que la doctrina de la encarnación es solo una creación de los teólogos del siglo IV, quienes hacían irrelevantes juegos de palabras. Mucho antes de que los emperadores cristianos convocaran sus reuniones solemnes, miles de servicios cristianos de adoración cantaban las alabanzas al Niño Santo de Belén.
Esta es una razón por la que el partido ortodoxo eventualmente triunfó en la controversia arriana: Atanasio simplemente discutió teológicamente lo que la iglesia había estado cantando por dos siglos. Pero si la controversia arriana estableció el hecho de la total divinidad y humanidad de Cristo, esta no estableció el hecho exactamente de como el Cristo divino se hizo humano. Este hecho fue dejado para teólogos posteriores.

Cristo sin un alma humana.
Con la conversión al cristianismo del emperador Constantino en 312 dC. La iglesia marcó una nueva fase en su triunfante expansión. Casi de la noche a la mañana se puso de moda el creer. Como resultado las iglesias se poblaron, como dijo el profesor Alan Richardson “con la mitad de los convertidos, la sociedad ambiciosa y sin instrucción” la mentalidad griega de Dios como un ser totalmente trascendente reapareció con nuevo vigor entre los cristianos profesantes, con resultados mezclados.
Durante el siglo IV, dos escuelas de teología ofrecieron interpretaciones bíblicas contrastantes de pasajes bíblicos que hablaban de la encarnación. Una de estas fue la escuela de Alejandría y la otra la de Antioquía. Los alejandrinos enfatizaron fuertemente la naturaleza divina; los antioqueños, la humana. Una comenzó en el cielo y se movió a la tierra; la otra comenzó en la tierra y miró hacia el cielo.
La primera explicación sofisticada de la encarnación vino del lado alejandrino en el debate, de uno llamado Apolinar (c. 310-392) un pastor anciano de Laodicea quien admiraba grandemente a Atanasio, líder además de la escuela alejandrina. Podemos estar inclinados a pensar que todo lo herético es escuro, que siniestras figuras doblaron y torcieron la verdad cristiana, pero el error de Apolinar que lo llevó a una herejía no ocurrió hasta que este tenía alrededor de sesenta años. Hasta entonces Apolinar disfrutaba de una reputación digna de un pilar de la ortodoxia. Las iglesias a lo largo del imperio experimentaron el duro golpe cuando por primera vez oyeron que el venerable obispo había caído en un error.
Haciendo eco de Atanasio, Apolinar comenzó su causa por la encarnación con la total divinidad de Cristo: solo Dios pudo salvar al mundo, y, si Cristo es Salvador, debe ser divino. Pero la pregunta es ¿Cómo?
El viejo maestro hacía énfasis sobre la idea de un acercamiento a la pregunta desde un punto de vista psicológico. Apolinar sentía que la naturaleza humana adoptó el cuerpo y el alma. Pero en la encarnación, el Verbo divino desplazó el alma animada y racional en un cuerpo humano, creando una “unidad de naturaleza” entre el Verbo y el cuerpo. La humanidad, creía Apolinar, era la esfera, no el instrumento de salvación, meramente el lugar donde la salvación ocurría, y no un medio de salvación. Cristo, por lo tanto, tenía solo una naturaleza: Apolinar habló de “una naturaleza encarnada en el verbo divino”. La tensión alejandrina en la deidad de Cristo permanecía, pero la única cosa humana acerca de Cristo era su cuerpo físico.
Apolinar, definido como lo era su herejía, merece nuestra alabanza por tener el esfuerzo primario en forzar a la iglesia a pensar más profundo con relación a Cristo. Su falta descansa en la inhabilidad de presionar más hacia el corazón de la verdad. El amplio respeto que Apolinar se había sabido ganar con el paso de los años explica la razón por la que nunca fue exiliado, aun, como un hereje, le fue prohibido adorar en la iglesia católica. Murió en sus ochenta, permaneció siendo un estudioso y un escritor hasta el final de su vida.
Las objeciones al Apolinarismo crecieron rápidamente. ¿No mostraban los evangelios un cuadro de Jesús como un ser humano normal psicológicamente, mostrando a Cristo con una mente humana y con emociones humanas? Y si el Verbo desplazó el alma humana racional, con sus poderes de escoger el pecar, ¿Cómo podría Cristo ser totalmente humano, y por lo tanto, como los seres humanos serian totalmente redimidos? Si el Verbo no se unió a una total humanidad consigo mismo, entonces, ¿Cómo podemos esperar ser salvos?
En esta atmosfera, el concilio de Constantinopla (381) efectivamente silenció las enseñanzas de Apolinar. Simplemente no estaban adecuadas a la descripción de la encarnación.

¿Madre de Dios?
La segunda herejía estaba asociada con el nombre Nestorio, un famoso predicador en Antioquía, quien en el 428 fue convocado a arzobispo de Constantinopla. En la sombra del palacio imperial, Nestorio, probó ser un devoto, de buenas intenciones pero estridente, y un predicador sin tacto. En las calles, su temperamento perseguidor le hizo ganarse el apodo “tea encendida”. Poco después de asumir sus deberes en la capital, lanzó un ataque en un sermón contra el término popular Theotokos o “Madre de Cristo”. Pero debido a su descuidad retórica dio a entender que él creía que Cristo no solo tenía dos naturalezas sino también dos voluntades, que habían dos Cristos, queriendo decir, uno divino y uno humano existiendo en el mismo cuerpo. Esto parecía negar el retrato de los evangelios que enseñaba a Jesús como una integridad individual, la controversia se expandió por el aire; cargos fueron pronunciados desde los púlpitos. Cirilo, obispo de Alejandría, llamó a Nestorio a que se retractara.
Para resolver el escándalo, el emperador adoptó la tradición de citar a un concilio general. Este fue llevado a cabo en Éfeso en el verano de 431. Nestorio se negó a asistir, pero el emperador, quien una vez había apoyado a Nestorio accedió a las demandas de Cirilo de deponer a “tea encendida”. Repudiado, Nestorio se vio a si mismo exiliado de su anterior monasterio en Antioquía, aun cuando el nuevo obispo asumió su púlpito en Constantinopla. Los seguidores de Nestorio fueron expulsados de la iglesia y pronto establecieron las Iglesias Sirias Nestóreas en el medio y lejano oriente, algunas de las cuales han sobrevivido hasta hoy.
Nestorio vivió hasta finales de 451, lo suficiente para dar la bienvenida a la epístola doctrinal del papa Leo y a la definición de ortodoxia anunciada en el concilio de Calcedonia. Recibió las conclusiones del concilio como si fueran suyas. “He sobrevivido al tormento de mi vida ", dijo antes de morir en las fronteras del imperio. “Cada día suplico a Dios que cumpla mi disolución, cuyos ojos han visto la salvación de Dios”.
Agudas palabras de un difamado hombre. Pero la controversia Nestoriana sirvió con un propósito más elevado. Los miembros más extremos de la escuela de Antioquía hicieron clara la necesidad de hablar acerca de Cristo, su deidad y humanidad en términos más convincentes, especialmente términos que describan la unión de ambas naturalezas en una sola persona.

Latrocinio.
Poco después del concilio de Éfeso, una tercera desgracia llamada Eutiquianismo se expandió en una controversia a lo largo del este. De un monasterio cerca de Constantinopla, un anciano monje indocto llamado Eutico (c. 378-454) comenzó a defender la deidad de Cristo con una enseñanza algunas veces llamada Monofisismo (del griego, una naturaleza). Eutico enseñó que la humanidad de Cristo fue absorbida en su deidad, así como una gota de miel que cae en el mar se disuelve en este. Esto fue virtualmente un resurgir del Apolinarismo, y antes de esto, Docetismo (la enseñanza de que Cristo solo parecía ser un hombre)
El patriarca Flaviano de Constantinopla pronunció al monje de hereje. En Alejandría, de todos modos, Dióscoro el patriarca de la ciudad, estaba ansioso de hacer valer su poder en Constantinopla. Con su pedido el emperador otra vez convocó un “concilio imperial”. Este en Éfeso en 449 permitió a Dióscoro rehabilitar a Eutico, pero el resto de la iglesia vio esto con ojos políticos. El papa Leo lo llamó como latrocinio y se unió al emperador Flaviano en convocar al emperador para un nuevo concilio.  Tal fue el sombrío trasfondo del histórico concilio de Calcedonia, un pueblo no muy lejos de Constantinopla.
En el 451 cerca de cuatrocientos obispos rápidamente acusaron a Dióscoro por sus acciones en el latrocinio y luego abogaron por la definición que había sido dada para referirse a la ortodoxia. Calcedonia admirablemente afirmaba que Cristo no es Dios.
Una vez más la temprana herejía de Arrio, la asamblea afirmó que Jesús era verdaderamente Dios, y una vez más contra Apolinar que Cristo era totalmente hombre. Contra Eutico se confesó que la deidad de Jesús y la humanidad no se cambiaron en alguna otra cosa dentro de Su persona, y en contra de Nestorio que Jesús no estaba dividido, sino que era una sola persona.
Para negar la concepción griega de Dios como el desinteresado y ajeno al universo, y al mismo tiempo ser fiel a las escrituras, Calcedonia no ofreció “explicación” acerca del misterio de Jesús. Los padres del concilio sabían que Jesús no puede ser enmarcado en una clase específica. Él es absolutamente único. Calcedonia dejó en misterio intacto; la iglesia siguió adorando en comunidad.
Pero la afirmación también hizo posible decir la historia de Jesús como una buena noticia. Como Jesús era un ser humano normal, podía cumplir cada demanda de la ley de Dios, y pudo sufrir y morir una muerte real. Como Jesús era totalmente Dios, su muerte fue capaz de satisfacer la justicia divina. Dios mismo había, por su gracia, provisto el sacrificio.

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