He estado tratando de imaginarme una iglesia sin música.
El órgano está
tapado con tablas. Los himnarios son tirados en papeleras de reciclaje. Las cuerdas
son quitadas de las guitarras y los pianos, las campanillas son derretidas. No hay
preludios, ni ofertorios, ni grandes himnos. No hay coros exuberantes. Nadie está
permitido para cantar o tocar un instrumento, o escuchar alguno. El libro de
los Salmos está arrancado de la Biblia.
No puedo hacerlo,
una vez que me desperté de mi pesadilla, me di cuenta que la música siempre ha
brotado de las almas de los cristianos inconteniblemente. Los primeros
creyentes cantaron Salmos, cánticos e himnos espirituales, haciendo melodías en
sus corazones al Señor (Ef. 5:19). El gobernador romano Plinio, después de
investigar las prácticas sospechosas de los cristianos en 111 dC, descubrió que
se reunían antes del amanecer cada mañana y recitaban himnos antifonalmente a
Cristo, como Dios.
El obispo
Ambrosio, quien ayudó a guiar a Agustín a Cristo, reintrodujo el canto de
himnos en los servicios de la iglesia de occidente en el 386 dC. Gregorio el
Grande, uno de los líderes más influyentes de todos los tiempos en la iglesia, escribió
“Antifonal” una colección de cantos en los 600 dC. El hijo de Carlomagno
instaló un órgano en la capilla del palacio en Aachen en el 826 dC. La música polifónica
comenzó a desarrollarse y pocos siglos después, remplazó el canto gregoriano. Muchos
de los grandes avances en la notación musical y formaciones fueron hechas por
los abates y las monjas ansiosos de adorar a su Dios.
Pero los himnos
medievales no fueron cantados por la congregación. Marín Lutero, quien
coprodujo un himnario en 1524, ayudó a regresar los himnos al pueblo,
declarando que: “Pongo la música junto a la
teología y la ofrezco en sublime alabanza”. Las corales alemanas
continuaron siendo escritas y fueron usadas, por ejemplo, entre los Pietistas y
los Moravos.
Todavía para
finales de los 1700, los creyentes de habla inglesa no tenían una verdadera expresión
musical vibrante. Virtualmente los únicos textos musicales eran prestación de
madera de los Salmos en versos. Como ministro Isaac Watts se quejó de ver la
aburrida indiferencia, el negligente y sin sentido semblante que se dibujaba en
el rostro de toda la asamblea mientras los salmos salían de sus labios, esto podía
tentar a un observador a sospechar del fervor de la religión.
Afortunadamente,
Watts sentó las bases para resolver el problema. Si el no creó exactamente un
nuevo género, abrió la reja, como Erik Routley hizo con los himnos modernos. Le
dio a la iglesia una más libre y poderosas expresiones de la fe cristiana. Carlos Wesley,
John Newton y muchos otros pronto siguieron sus pasos.
En los años
siguientes, algunas de la música antigua de la iglesia fue recapturada. Los himnos
evangélicos fueron agregados. Y hoy la explosión de “música de adoración” está
reformando la adoración de la iglesia. Pero cada domingo continuamos estamos perdiendo
esa tradición de himnos escritos hace casi unos trescientos años. No puedo
imaginarme la iglesia sin estos himnos.
No comments:
Post a Comment