Friday, October 24, 2014

La era dorada de los himnos: Cuerdas silenciosas








He estado tratando de imaginarme una iglesia sin música.




El órgano está tapado con tablas. Los himnarios son tirados en papeleras de reciclaje. Las cuerdas son quitadas de las guitarras y los pianos, las campanillas son derretidas. No hay preludios, ni ofertorios, ni grandes himnos. No hay coros exuberantes. Nadie está permitido para cantar o tocar un instrumento, o escuchar alguno. El libro de los Salmos está arrancado de la Biblia.
No puedo hacerlo, una vez que me desperté de mi pesadilla, me di cuenta que la música siempre ha brotado de las almas de los cristianos inconteniblemente. Los primeros creyentes cantaron Salmos, cánticos e himnos espirituales, haciendo melodías en sus corazones al Señor (Ef. 5:19). El gobernador romano Plinio, después de investigar las prácticas sospechosas de los cristianos en 111 dC, descubrió que se reunían antes del amanecer cada mañana y recitaban himnos antifonalmente a Cristo, como Dios.
El obispo Ambrosio, quien ayudó a guiar a Agustín a Cristo, reintrodujo el canto de himnos en los servicios de la iglesia de occidente en el 386 dC. Gregorio el Grande, uno de los líderes más influyentes de todos los tiempos en la iglesia, escribió “Antifonal” una colección de cantos en los 600 dC. El hijo de Carlomagno instaló un órgano en la capilla del palacio en Aachen en el 826 dC. La música polifónica comenzó a desarrollarse y pocos siglos después, remplazó el canto gregoriano. Muchos de los grandes avances en la notación musical y formaciones fueron hechas por los abates y las monjas ansiosos de adorar a su Dios.
Pero los himnos medievales no fueron cantados por la congregación. Marín Lutero, quien coprodujo un himnario en 1524, ayudó a regresar los himnos al pueblo, declarando que: “Pongo la música junto a la teología y la ofrezco en sublime alabanza”. Las corales alemanas continuaron siendo escritas y fueron usadas, por ejemplo, entre los Pietistas y los Moravos.
Todavía para finales de los 1700, los creyentes de habla inglesa no tenían una verdadera expresión musical vibrante. Virtualmente los únicos textos musicales eran prestación de madera de los Salmos en versos. Como ministro Isaac Watts se quejó de ver la aburrida indiferencia, el negligente y sin sentido semblante que se dibujaba en el rostro de toda la asamblea mientras los salmos salían de sus labios, esto podía tentar a un observador a sospechar del fervor de la religión.
Afortunadamente, Watts sentó las bases para resolver el problema. Si el no creó exactamente un nuevo género, abrió la reja, como Erik Routley hizo con los himnos modernos. Le dio a la iglesia una más libre y poderosas  expresiones de la fe cristiana. Carlos Wesley, John Newton y muchos otros pronto siguieron sus pasos.
En los años siguientes, algunas de la música antigua de la iglesia fue recapturada. Los himnos evangélicos fueron agregados. Y hoy la explosión de “música de adoración” está reformando la adoración de la iglesia. Pero cada domingo continuamos estamos perdiendo esa tradición de himnos escritos hace casi unos trescientos años. No puedo imaginarme la iglesia sin estos himnos.

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