Aunque fueron transmitidos cinco reportes separados del concilio por los
testigos oculares, y hay otros ocho registros escritos por los historiadores de
la generación inmediata que siguió a los de Nicea, no sabemos exactamente donde
el concilio tuvo lugar, si en un edificio especial erigido para este tipo de
propósito, o si fue en el palacio imperial.
La tradición apunta a un sitio en las orillas del lago, un vasto salón de
mármol con columnas, y quizás abierto a la luz del sol, en el centro del salón
había un trono en el cual se puso una copia de los evangelios, y a lo lejos al
final había otro trono para el emperador, tallado en madera ricamente dorado y
puesto por encima del nivel de unos tronos sin pintar para los obispos.
En este salón, temprano en la mañana el domingo de la ascensión, mientras
la niebla flotaba en el lago, los obispos esperaban la llegada del emperador.
Varios obispos habían puesto sus ojos en el emperador quien sin la ayuda de
nadie había hecho del Oriente y el Occidente un solo imperio, y se había
mostrado a sí mismo como un muy devoto cristiano, los obispos esperaban con
expectación.
Al final escucharon una compañía de guardias armados y luego algunos altos
oficiales de la corte, quienes se habían vuelto al cristianismo entrando al
salón anunciando que el emperador venia en camino. Los obispos se pusieron de
pie, pronto se vio un mensajero levantando una antorcha, la señal de que el
emperador estaba a punto de entrar, y luego, como niños estos obispos de Siria,
Cilicia, Arabia, Palestina, Egipto, Libia, Mesopotamia, Persia, Escitia y
Europa quedaron todos en silencio. Su majestad humana en la persona de
Constantino Víctor Augusto Máximo estaba a punto de aparecer frente a sus ojos
y en la historia del mundo, solo Octavio, quien había gobernado en los tiempos
de Cristo, había reinado en un imperio tan grande.
Constantino vestía botas rojas de tacón alto, una túnica morada de seda con
joyas de oro bordadas y había más joyas incrustadas en su diadema. Para ese entonces
tenía cincuenta y un años de edad pero lucia más joven, enormemente alto y
vigoroso con un color fuerte y un extraño brillo en sus ojos fieros como de
león, tenía su pelo largo, pero su barba había sido recortada, tenía su cuello
grueso y duro y una curiosa manera de tocarse su nuca, la cual no parecía estar
bien afirmada en sus poderosos hombros y había en todos sus movimientos uno muy
poco casual que cuando Constantino caminaba daba la impresión de que estaba
bailando.
Las palabras de Constantino.
Habiendo caminado lentamente a todo lo largo del salón, Constantino se sentó
en silencio por un momento, sentándose entre el papa Alejandro de Alejandría y
su consejero cercano el obispo Hosio de Córdova. Todos los ojos estaban fijos
en él. El obispo Eusebio de Cesarea (o más conocido como Eustacio de Antioquia)
leyeron un discurso de bienvenida en prosa métrica y luego cantaron un himno de
acción de gracias por las victorias del emperador, luego otra vez hubo silencio
hasta que Constantino se puso de pie, y hablando en latín que era el idioma
oficial de la corte, es un tono de voz que parecía muy gentil y serena para un
hombre de mando, les hizo recordar a los obispos que había sido el poder de
Dios el que había destronado a los tiranos y que peor que cualquier campo de
batalla era una guerra civil entre las facciones de la iglesia.
“Es mi deseo” dijo, “que se hayan reunido todos ustedes en un concilio
general y así yo le pueda ofrecer al Rey de todo mi gratitud por su
misericordia que ha llegado a mí por encima de todas las misericordias, quiero
decir que me ha sido permitido el beneficio de verles juntos y saber que
ustedes han resuelto estar todos en común armonía”.
Todo esto era adulación, ya que el propósito de la convocación había sido
resolver un conflicto más amargo aun, y Constantino sabía bastante bien por las
peticiones que había recibido de los obispos que la tirantez seguía vigente.
Constantino continuó: “cuando yo gané mis victorias sobre mis enemigos,
pensé que no me quedaba otra cosa que dar gracias a Dios y regocijarme con
aquellos que habían sido liberados por mí, pero cuando me di cuenta, contrario
a todas mis expectaciones, que había divisiones entre ustedes, solemnemente las
consideré y orando que todo esto pudiera ser sanado con mi presencia, los
convoqué a todos ustedes aquí sin ninguna demora. Me regocijo de verles aquí y
aun me regocijaré más de ver una unidad y afecto entre ustedes. Yo les imploro,
por lo tanto, amados ministros de Dios, quitar las causas de disensión entre
ustedes y establecer la paz”.
No había dudas de las amenazas detrás de las palabras y para hacer su
amenaza más clara aun, el emperador convocó a uno de sus siervos y
silenciosamente mostró los rollos, pergaminos y cartas que contenían las quejas
y las peticiones que los obispos previamente le habían enviado al emperador. Se
creó un bracero. El emperador arrojó las peticiones en las llamas. Mientras se
estaban quemando, explicó que todas estas peticiones aparecerían otra vez en el
día del juicio y que entonces el gran Juez de todas las cosas, pasaría juicio
sobre todas ellas, porque él estaría contento en escuchar las deliberaciones
públicas de los obispos y que no había leído estas amargas correspondencias que
le habían sido enviadas.
Debates viciosos en canción.
La conferencia estaba ahora abierta. A la misma vez los arrianos y los
anti-arrianos estaban unos en contra de los otros. Denuncias y fuertes
acusaciones fluían a lo largo de todo el salón. Cada uno de repente refutaba,
había un fuerte movimiento de manos, era como una batalla en la oscuridad. El
historiador Sócrates dijo más tarde: “Apenas cada uno parecía saber hasta qué
punto calumniaba a su adversario.”
Constantino había invitado a Arrio a estar presente y escuchaba seriamente
cuando Arrio explicaba la naturaleza de sus creencias y no estaba
particularmente sorprendido cuando Arrio estalló en un largo y sustancioso
canto, donde había puesto sus creencias en música. Estos cantos y canciones
eran cantados por las personas y Arrio pudo haber pensado que el emperador
escucharía más agudamente los cantos que las discusiones en la fe.
El increado Dios ha hecho al
Hijo, un comienzo a las cosas creadas, y por adopción ha sido hecho Dios Hijo.
Hacia una ventaja en sí mismo aun la sustancia del Hijo es quitada de la del
Padre: El Hijo no es igual al Padre ni tampoco comparten la misma sustancia.
Dios es el omnisciente Padre y el Hijo es el maestro de sus misterios. Los
miembros de la Santa Trinidad comparten glorias desiguales.
Los obispos antiarrianos quedaron horrorizados, cerraron sus ojos, y
pusieron sus manos sobre sus oídos. Fue como si en medio de un crítico debate
acerca del futuro del mundo, alguien interrumpiera con una serie de rimas sin
sentido o una serie de ecuaciones matemáticas estupefactas y absurdas.
Aun los sentimientos de los arrianos estaban en sus rimas cantadas por un
músico empleado por la banda de danza de Alejandría. Arrio con su blanca y
demacrada cara, su fibroso cabello que le llegaba a los hombros, pudo rechazar
cualquier argumento teológico simplemente cantando una de estas canciones y
cuando Atanasio (como cualquier otro) respondió con un fuerte argumento, hubo
consternación, porque parecía que estaban hablando en idiomas diferentes acerca
de asuntos diferentes, como dos hombres de diferentes mundos o diferentes
universos.
Una puñalada al compromiso.
Probablemente Atanasio estaba de pie detrás del papa Alejandro, y por lo
tanto muy cerca del emperador. Sabemos que Atanasio atrajo la atención del
emperador, pero no fue Atanasio quien resolvió el asunto, parece haber sido
Hosio quien anunció que la simple forma de llegar a un acuerdo sería elaborando
un credo.
El primer credo presentado al concilio fue escrito por dieciocho obispos
arrianos. Expresado en un lenguaje escritural, este credo establecía la
posición arriana tan ofensivamente que la algarabía irrumpió en todo el salón
cuando el credo fue solemnemente presentado para la observación de todos los
obispos.
Para este momento Eusebio de Cesarea sugirió un credo que él había
escuchado por primera vez cuando era un niño, un credo asombrosamente bello que
sería la base para establecer el credo que finalmente se adoptó. Eusebio fue
cuidadoso en decir que el anticipaba este credo por el hecho de que él creía
que las cosas divinas no podían ser totalmente expresadas en lenguajes humanos:
no era perfecto, pero estaba tan cerca a la perfección que siempre él quiso
llegar. Este credo dice:
“Creemos en un Dios, el
Padre, Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles, y en un
Señor Jesucristo, el Verbo de Dios, Dios de Dios, Luz de la Luz, Vida de la
Vida, el Único Hijo Unigénito, el Primogénito de toda criatura, engendrado del
Padre antes de todos los mundos, a través de quien también todas las cosas
fueron hechas. Quien por nuestra salvación fue hecho carne, y vivió entre los
hombres, y sufrió y resucitó al tercer día y ascendió al Padre y regresará otra
vez en gloria para juzgar la carne y la muerte. Y en el único Espíritu Santo,
creyendo que cada uno son y tienen existencia el Padre solo el Padre, el Hijo
solo el Hijo, y el Espíritu Santo solo el Espíritu Santo… ”
Este credo fue aceptado por el emperador, y los arrianos no viendo en este
nada que destruyera su posición lo hubieran aceptado si sus oponentes no
hubieran visto que este credo fallaba en alguna manera en resolver el
conflicto. Fue necesario establecer el credo en una manera tal que los arrianos
fueran forzados a negar sus principios esenciales.
El papa Alejandro discutió el asunto con Hosio. Constantino volviéndose en
contra de los arrianos que antes había favorecido, sugirió que Cristo debía ser
definido como homoousios (uno en
esencia con el Padre) y esta definición debería ser incluida en el credo. Los
obispos ortodoxos estaban ganando fuerzas.
Un nuevo credo fue formado, haciendo una mezcla en el anterior y algunas
inclusiones, unas declaraciones más vigorosas en contra de los arrianos fueron
anunciadas por Hosio el diecinueve de junio, este credo se lee así:
“Creemos en un Dios, el Padre,
Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un Señor
Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado del Padre, solo engendrado, lo que
quiere decir, de la misma sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz,
totalmente Dios de totalmente Dios, engendrado, no creado, de la misma
sustancia del Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, tanto en los
cielos como en la tierra; quien por nosotros los hombres, y por nuestra
salvación descendió y fue hecho carne, fue hecho hombre, sufrió y resucitó otra
vez al tercer día, ascendió a los cielos, y regresará a juzgar la carne y la
muerte. Y en el Espíritu Santo. Y aquellos que dicen ‘hubo un tiempo cuando el
Hijo no era’ y ‘no existía antes que fuera creado’ y ‘fue hecho de la nada’ o
aquellos que pretenden que el Hijo de Dios es ‘de otra hipostasis o sustancia’
o ‘creado’ o ‘alterable’ o ‘mutable’ la iglesia universal lo tendrá por
anatema.”
Con esta forma el credo de Nicea dejó mucho que desear. Fue torturado, de
filo áspero, sin poesía o ritmo y sin la nobleza de un credo de la iglesia de
Palestina. Pero varias palabras que dieron significación viva al credo original
“el Verbo de Dios” “el Primogénito de toda criatura” “engendrado del Padre
antes de todos los mundos” fueron de hecho deliberadamente omitidas para
mostrar que los triunfantes alejandrinos estaban resueltos a no comprometer
ninguna laguna para que los arrianos lo doblaran y lo malinterpretaran.
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