Saturday, April 16, 2016

Los cien eventos más importantes en dos mil años de historia cristiana: Martin Luther King Jr. guía una marcha a Washington en 1963







Un predicador bautista tuvo un sueño que llevó a uno de los más profundos movimientos sociales de nuestra época.

            
El 28 de Agosto de 1963, más de doscientas mil personas tanto blancas como negras de todos los Estados Unidos se unieron en una gigantesca demostración de derechos humanos en la ciudad capital de Estados Unidos. Es considerada la mayor demostración en la historia de Washington. Jóvenes y ancianos, blancos y negros, judíos y gentiles marcharon hombro a hombro desde el monumento de Washington hasta el Memorial de Lincoln. El propósito era era exigir el paso del decreto de derechos civiles y la inmediata implementación de las garantías básicas de la Declaración de Independencia y las enmiendas trece, catorce y quince de la Constitución.

            Considerado por algunos como un apéndice del movimiento no violento de derechos civiles, la marcha logró juntar todas las mayores organizaciones de derechos humanos y muchos grupos religiosos. Entre los mayores defensores de la marcha se encontraban el Congreso Americano Judío, la Conferencia Nacional de Católicos para la Justicia Interracial y el Consejo Nacional de Iglesias. Nunca antes se había visto a representantes católicos y protestantes y judíos tan visiblemente identificados con las demandas de las personas de color negra. Además la marcha también marcó la primera participación a gran escala de personas blancas en el movimiento de los derechos civiles, y el primer esfuerzo determinado por los clérigos blancos.

Tengo un sueño

            El Dr. Martin Luther King, Jr., dio la nota clave de la marcha. En su memorable discurso “Tengo un Sueño”, predicado al estilo de los predicadores negros de los Bautistas del Sur, el Dr. Martin Luther King articuló un sueño lo suficientemente grande que incluía a todos los americanos. “Tengo un Sueño”, dijo, “que un día en las rojas montañas de Georgia los hijos de los que antes eran esclavos y los hijos de los dueños de esos esclavos sean capaces de sentarse juntos a la mesa de la hermandad… tengo un sueño para mis cuatro hijos que algún día puedan vivir en una nación donde no sean juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter… y cuando dejemos que la lbertad suene… seremos capaces de hablar hasta el día en que los hijos de Dios, blancos, negros, judíos y gentiles, católicos y protestantes, serán capaces de tomarse de las manos y cantar en las palabras del viejo Negro espiritual, ‘Al fin libres, al fin libres, gracias al Dios Todopoderoso, al fin libres.’”

            Millones de blancos americanos escucharon por primera vez el mensage que el Dr. King había tratado de articular desde que el movimiento de derechos civiles comenzó en Montgomery, Alabama en 1955. Este mensaje, que es quizás el más conocido y más citado que el Dr. King haya predicado, hizo su voz familiar en todo el mundo y en las vidas como una de las más conmovedoras oraciones de nuestro tiempo. Millones de personas aceptaron el sueño como su propio sueño y al soñador com la conciencia de la nación.

El legado de King

            La marcha en Washington fue cubierta por la television y la prensa con mucho más auge que cualquier evento en Washington desde la inauguración del president Kennedy. Usualmente las actividades afro-americanas eran cubiertas por la television y la prensa solo cuando la violencia estaba presente. La marcha fue, quizás, la primera actividad organizada por los negros que recibía covertura conmensurada debido a su importancia.

            Además de ser un resumen de años de lucha y aspiración, la marcha también simbolizó ciertas nuevas direcciones, tales como una profunda preocupación por los problemas económicos de las masas, y más envolvimiento por los blancos moderados en la lucha por los derechos civiles de los negros. Por los diez meses que siguieron a la marcha, las iglesias blancas probaron ser los campeones más efectivos de la carta de derechos civiles. Ejercieron considerable influencia en los representantes congrecionales desde el Medio Oeste y los estados de Rocky Mountain donde la población negra era relativamente pequeña. El resultado fue el paso del acta de derechos civiles en 1964 y el derecho al voto en 1965, que reiteraron los derechos constitucionales para Afro-americanos por el mandato de privilegios iguales al voto y acceso a los alojamientos públicos como trabajos y casas.


            La marcha a Washington grabó un lugar en la historia para el predicador negro de Atlanta. La combinación de su filosofía de no violencia con la religión y las técnicas de avivamiento de su tradición religiosa, el Dr. King proyectó una nueva imagen de las iglesias negras. Su tremenda apelación a las masas negras descansaba en su capacidad familiar del uso del lenguaje religioso y las imágenes bíblicas para articular la pasión por la justicia racial. Las sonantes palabras de su sueño predicadas en el Memorial de Lincoln son ahora un importante legado de esperanza para millones de americanos, negros y blancos, quienes celebran una vez al año su vida y contribución.   

Thursday, April 7, 2016

Los cien eventos más importantes en dos mil años de historia cristiana: El concilio del Vaticano Segundo en 1962










“En una época de concilio, la iglesia católica emprendió su mayor búsqueda de auto examen a lo largo de la historia y se renovó a sí misma para un mundo más moderno.”


                Alrededor de las 9:00 AM del 12 de octubre de 1962, después de un aguacero torrencial un brillante sol brillaba sobre el cielo italiano. Dos mil cuatrocientos obispos católicos romanos comenzaron una solitaria procesión a través de la Basílica de San Pedro para la solemne apertura del Concilio del Vaticano Segundo. Dentro de la esplendidez de la seleccionada iglesia, los obispos tomaron sus lugares en largas filas para tomar parte en la ceremonia. Cerca del altar se sentaron observadores de otras comunidades cristianas que habían sido invitadas al concilio.
                La apertura del papa Juan XXIII tenía el carácter de una Carta Magna. El mismo se distanció de los “profetas de la destrucción” quienes no podían ver en el mundo moderno otra cosa que no fuera ruina. Invitó a los obispos a considerar si la nueva era podía o no traer un despertar para la iglesia. En vez de condenar la enfermedad de la sociedad y de la iglesia, hizo un llamado a una presentación positiva del mensaje cristiano basado en una nueva apropiación de la tradición y las Escrituras, y en un cuidadoso discernimiento de las necesidades y oportunidades de hoy. El contenido básico de la fe era una cosa, dijo; y como es presentado es otra cosa, y el concilio fue una gran oportunidad para un nuevo ejercicio de la enseñanza autoritaria de la iglesia orientada desde un punto de vista pastoral.


¿Fin de la Contra-Reforma?

                Alrededor de dos años habían pasado desde la preparación del concilio, el cual Juan había anunciado el 25 de enero de 1959. La más extensa consulta de los obispos en la historia de la iglesia había producido alrededor de nueve mil proposiciones para la agenda. En base a esto, diez comisiones preparatorias habían producido manuscritos de documentos para que los obispos consideraran. A lo largo de este trabajo, el prospecto del concilio había evocado un amplio interés, no solo entre los católicos, sino también entre los cristianos. El papa había insistido regularmente que el concilio no solo debería funcionar para la renovación espiritual de la iglesia católica y su adaptación al mundo contemporáneo, sino hacia la reunión de toda la cristiandad.
                El concilio se reunió en cuatro sesiones en los otoños entre 1962 y 1965. La primera sesión fue la más dramática y fijó el rumbo de las tres siguientes. En esta los obispos debieron elegir las comisiones conciliares, claramente optar por una reforma litúrgica substancial, y sobre todo, el rechazo a ser guiados por la dominante actitud defensiva en la doctrina de textos preparados por una comisión teológica controlada por los “profetas del fin”. Cuando los obispos rechazaron los textos de revelaciones producto de su negatividad académica y su carácter anti ecuménico las personas comenzaron a hablar de cambios de época: el fin de la era de Constantino, el fin de la Contra-Reforma.
El papa Juan XXIII vio solo el comienzo del concilio, pero cuando murió, su sucesor, Pablo VI, inmediatamente anunció su intención de continuar con el mismo. Las tres sesiones sobre las cuales presidió fueron el resultado de que los obispos produjeran dieciséis documentos, todos pasaron con una aplastante mayoría, en los cuales la iglesia católica emprendió su mayor esfuerzo de auto examinación nunca antes vista.
Estructuralmente y en espíritu, el concilio difirió considerablemente de los dos concilios ecuménicos reciente. El Concilio de Trento (1545) fue convocado en el medio de la crisis de la Reforma y envolvió un pequeño número de obispos, los cuales eran en su mayoría de las iglesias latinas europeas. El del Vaticano I (1869) también se convocó en tiempos de crisis, causada grandemente por la expansión del liberalismo que fue redefiniendo el papel de la iglesia en el mundo moderno, y fue más bien estrictamente controlado en su modo de operación. Vaticano II, sin embargo, no fue convocado por Juan XXIII para responder a una crisis en particular, sino para renovar la iglesia a la luz del evangelio y para reformarla de modo que pudiera suplir las necesidades y demandas de la iglesia a finales del siglo XX. En este caso había obispos de todas partes del mundo, a quienes se les dio la libertad de estructurar las agendas, seleccionar estructuras, y escribir textos.


¿Qué dijo el concilio?

El texto del concilio con relación a la liturgia hizo un llamado a una concienzuda reforma en la adoración de la iglesia. El texto de la divina revelación regresó a las ricas fuentes bíblicas del mensaje central de la iglesia, propuesta en una noción sensitiva de la tradición ecuménica, y urgió un mayor conocimiento bíblico y de conciencia entre el pueblo.
En asuntos externos, la iglesia detuvo su abierta separación y se comprometió a sí misma a reparar las divisiones entre los diferentes cristianos. El concilio además provocó un importante progreso en la superación de actitudes antisemitas.
Finalmente, los obispos, en dos documentos se refirieron a los retos que traía para la iglesia el mundo contemporáneo. En el texto de la iglesia en el mundo moderno, discutieron las oportunidades y dificultades presentadas por la modernidad, con una fe confiable en que el mensaje de Cristo puede redimirles aún y proveyeron propuestas particulares para las culturas del mundo, políticas, economías, e incluso la familia. En un breve texto acerca de la libertad religiosa, la iglesia declaró que los derechos inalienables de conciencia deben gobernar las relaciones entre la iglesia y el estado, así yendo más allá de la nostalgia por las políticas anteriores que habían caracterizado los pensamientos de la iglesia en el pasado.
El texto conciliar en general refleja las orientaciones generales del papa Juan. Teológicamente, se esforzaron en recuperar la amplia tradición que las luchas de los cuatro siglos anteriores habían oscurecido. Pastoralmente, remplazaron la sospecha y condenación del mundo moderno con apertura y diálogos. Ecuménicamente, insistieron en la centralidad del mundo bíblico y la comunión de la fe y la gracia existente entre los creyentes.


El impacto del concilio

Hay apenas un elemento en la vida interna de la Iglesia Católica o en su relación con otros que no pudo ser afectada por el Concilio del Vaticano II.
Internamente, todos los rituales han sido reformados y ahora son celebrados en lenguaje vernáculo, un mayor acceso a las Escrituras es común entre los católicos, los laicos ahora ejercen muchos más ministerios y tienen más oportunidades de participación; un espíritu de colegialidad afecta cada nivel de la actividad de la iglesia; las iglesias locales han asumido responsabilidad por sus propias vidas y misiones.
Externamente, el diálogo ha reemplazado las sospechas en relación con otras comunidades cristianas, con otras religiones y con el mundo. La Iglesia Católica se ve a sí misma más como una compañera en la común tarea de crear un mundo más humano.
No es una exageración, entonces, decir que la Iglesia Católica ha cambiado más en los cincuenta y cuatro años después del Concilio del Vaticano II, que lo que ha cambiado en los dos mil años anteriores de historia.
  

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