“Señor, hazme puro, pero todavía no.” Esa fue la oración de un
hombre que estaba coqueteando con el cristianismo, pero que también estaba
coqueteando con otras cosas. Aun así se convirtió en uno de los grandes, y más
influyentes autores que la iglesia jamás haya conocido.
¿Quién fue este hombre
complejo? Fue Agustín Aurelio, mejor conocido como Agustín. Nació en el 354 dC
en Tagaste (lo que hoy es Argelia). Agustín tenía una madre devota al
cristianismo llamada Mónica. Su padre pagano, Patricio era oficial romano.
Agustín era brillante, tanto
que sus padres arreglaron todo para que tuviera la mejor educación de su época.
Estudió retórica en Cartago. Leyendo los autores latinos como Cicerón se
convenció de que la verdad es la meta suprema de la vida. No podía encontrar la
verdad en el cristianismo porque veía el cristianismo como una religión para
las mentes simples. En su adolescencia, Agustín tomó una amante como concubina
quien le dio un hijo. Más tarde es “Confesiones” escribió: “Vine a Cartago, donde una caldera de amor impuro estaba
chisporroteando y sonando a mi alrededor”.
Inquietud.
La inquietud intelectual de
Agustín le llevó a abrazar el Maniqueísmo, una religión popular de su tiempo
que sostenía un punto de vista dualista del mundo como una batalla entre la luz
y las tinieblas, la carne y el espíritu. (Aun después de su conversión al
cristianismo, su negativa actitud hacia el sexo reflejaba su posición
Maniqueísta). Después de nueve años apoyando el Maniqueísmo, Agustín se
desilusionó de este por las fallas de sus líderes en responder sus preguntas.
Gradualmente se deslizó hacia el Neoplatonismo. Mientras tanto, se mudó de
Cartago a Roma y a Milán enseñando retórica.
En Milán, Agustín conoció al
obispo cristiano, Ambrosio, quien le impresionó con su intelecto y pudo
responder las objeciones que Agustín tenía de la Biblia. Agustín aprendió
además acerca de los santos que habían conquistado la tentación sexual a través
de la rendición total a Dios. Esta era la combinación correcta: una fe que
pudiera sobreponerse a sus tentaciones sexuales y guiarle a ser un pensador.
A finales del verano del 386
dC, Agustín estaba sentado en un jardín de Milán y escuchó una voz de un niño
que cantaba: “tómalo y léelo, tómalo y
léelo”. Tomó lo que estaba cerca de él, la carta de Pablo a los Romanos, y
comenzó a leer Romanos 13:13-14. “Andemos
como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y
lascivias, no en contiendas ni envidia, sino vestíos de Señor Jesucristo…”
Esta fue su conversión. En el
día de resurrección en el 387, Ambrosio le bautizó. Agustín regresó a su gozosa
madre y pasó tiempo en retiro y estudio.
Agustín pudo haber estado feliz
viviendo una vida monástica. Pero su reputación se extendió. Mientras visitaba
Hipona en la costa norte de África, fue capturado por el pueblo y presentado al
obispo para ser ordenado. Pidió tiempo para desarrollar su conocimiento de las
Escrituras, y en el 391 fue ordenado. Cuatro años más tarde fue consagrado como
obispo.
Teología Falsificada en Controversia.
El obispo Agustín se vio
envuelto en cada controversia de la iglesia en su tiempo. Una de ellas fue el
Donatismo, un movimiento que rechazaba aceptar el clero que había entregado las
Escrituras a las autoridades durante la persecución o incluso aceptar el clero
que había sido consagrado por este tipo de personas. Había miles de Donatistas,
especialmente en el área donde estaba Agustín.
Agustín escribió que no debía
haber una iglesia rival; la iglesia es una, aunque esta pueda incluir algunas
personas menos santas. Los sacramentos, la comunión y el bautismo, eran
efectivos no por la justicia propia del sacerdote, sino por la gracia de Dios
que operaba en los mismos. (Agustín también definió un sacramento como: “un
signo visible de la gracia invisible”, la cual se convirtió en una definición
estándar). Los puntos de vista de Agustín con relación al Donatismo
prevalecieron y el movimiento eventualmente se fue desapareciendo.
Una de las mayores herejías que
Agustín combatió fue el Pelagianismo. Pelagio, un maestro británico, enfatizó
en la habilidad del hombre para hacer el bien. Realmente Pelagio no enseñó que
las personas podían salvarse por sí mismas, sino que hizo claro que los hombres
podían tomar los primeros pasos importantes fuera de la gracia de Dios. Agustín
era mucho más pesimista o, en sus puntos de vista, realista. Los individuos no
podrán, dijo el, elegir lo bueno a menos que Dios los guíe. De hecho, Dios ha
predestinado sus elegidos, sus redimidos y nada que podamos hacer va a cambiar
sus eternos decretos. En el 431, un año después de la muerte de Agustín, el
Pelagianismo fue oficialmente condenado en el concilio de Éfeso.
Escritos e Influencia.
Agustín escribió cientos de
obras, incluyendo su monumental “La Ciudad de Dios” cuando Roma cayó en el 410
dC, las personas se preguntaron: ¿Si Roma ha caído, Dios nos ha abandonado?” Agustín
dijo que no, que la iglesia permanece para siempre no importa que pase con las
naciones. Además escribió su clásica obra “En la Trinidad” probablemente la
mejor obra conocida con relación a la doctrina de la Trinidad.
Agustín no solo enfrentó a los
herejes, sino que además acerca de su búsqueda espiritual en sus “Confesiones”,
un libro que probablemente fue la primera verdadera autobiografía. Las famosas
palabras: “Nuestros corazones no tienen
descanso hasta que descansen en ti” son del párrafo inicial de esta obra.
Las enseñanzas de Agustín se
volvieron tan básicas que no nos dimos cuenta lo original que eran para su
tiempo. Sus pensamientos se dejaron caer gota a gota a través de la iglesia católica
y los teólogos protestantes. Lutero y Calvino, por ejemplo, hicieron mucho énfasis
en la doctrina de la gracia de Dios que proponía Agustín y lo citaron muchas
veces.
Agustín escribió en latín, y en
esto también fue una persona que marcaba las pautas. El griego había sido por
mucho tiempo el idioma de la teología; después de Agustín, en la parte oeste
del imperio, llegó a ser el latín el idioma de la teología.
El espacio no permite hacer
toda la justicia que Agustín merece. Fue una gran figura, un pensador que puso
sus vastas habilidades mentales al servicio de la iglesia. Dejó a la iglesia un
legado pesimista en cuanto a las habilidades humanas, y quizás un punto de
vista muy negativo con relación al sexo. Pero su honestidad con relación a su
pecaminosidad y su intelecto centrado en Dios continúan ganando admiración.
“El verdadero filósofo es el amante de Dios”, escribió Agustín y esa frase
resume todos sus logros.
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