En el primer concilio de la iglesia estaba en juego la simple y a la vez profunda pregunta: ¿Quién es Jesucristo?
El 4 de julio de 325 fue un día memorable. Alrededor de trescientos obispos
cristianos y diáconos de la parte este del imperio romano habían venido a
Nicea, una pequeña ciudad cerca del Mar Negro y del Mediterráneo.
En el salón de conferencia donde esperaban había una mesa. En esta se había
puesto una copia de los evangelios.
El emperador, Constantino el Grande, hizo su entrada en el salón vistiendo
su túnica imperial con muchas joyas incrustadas, pero por respeto a los líderes
cristianos sin su guardia personal. Constantino habló brevemente. Dijo a los
líderes que tenían que llegar a un acuerdo en los asuntos cruciales que como
cristianos los dividían. División en la
iglesia dijo él es peor que la
guerra.
Un Nuevo Día.
Los obispos y diáconos estaban profundamente impresionados. Después de tres
siglos de persecuciones periódicas instigadas por algún emperador romano,
estaban todos reunidos frente a uno de estos emperadores, no como enemigos sino
como aliados. Algunos de estos obispos y diáconos tenían cicatrices de las
flagelaciones imperiales. A un pastor de Egipto le faltaba un ojo; otro estaba
manco de ambas manos como resultado de hierros hirviendo a rojo vivo.
Pero Constantino había tirado la espada de la persecución con el objetivo
de llevar la cruz. Justo antes de la decisiva batalla en 312 dC, se había
convertido al cristianismo.
Nicea simbolizaba un nuevo día para la cristiandad. Los seguidores
perseguidos del Salvador vestían de lino y se habían convertido en los
respetados consejeros de los emperadores vestidos de púrpura. La que una vez
era la religión odiada y despreciada, estaba por convertirse en la religión
oficial del estado e imperio romano, el cemento de una sociedad en la cual la
vida pública y la privada estaban unidas bajo el control de la doctrina
cristiana.
Si el cristianismo iba a servir como el cemento del imperio, tenía que
sostener una sola fe. Por eso los emperadores convocaban concilios de la
iglesia como el de Nicea, pagaban para que los obispos pudieran asistir, y
presionaban a los líderes de las iglesias para que hubiera una unidad
doctrinal. La era de los emperadores
cristianos fue una era de credos; y los credos eran los instrumentos de la
conformidad.
Una Pregunta Problemática.
Podemos ver esta presión imperial en Nicea, el primer concilio general de
la iglesia. El problema que Constantino esperaba que los obispos resolvieran
era una discusión sobre el Arrianismo.
Arrio, pastor de la influyente basílica de Alejandría en Egipto, enseñaba
que Cristo era más que un humano pero algo menos que un Dios. Dijo que Dios
originalmente vivió solo y que no tuvo Hijo. Luego creó al Hijo, quien a su vez
creó todas las demás cosas. Esta idea persiste en algunas sectas hasta hoy como
en los Testigos de Jehová.
Arrio hizo la fe en Cristo inentendible, especialmente cuando puso sus
enseñanzas en ingeniosa rima para poder ponerle una melodía. Incluso los
estibadores de los muelles de Alejandría podían tararear las cancioncillas
mientras descargaban los cargamentos de pescado.
Las enseñanzas de Arrio llevaron a una especial apelación muchos nuevos
convertidos al cristianismo. Era como una religión pagana en su infancia: el
Dios supremo, quien habita solo, hizo una cierta cantidad de dioses menores que
hacen las obras de Dios, viajando de ida y vuelta de la tierra hacia el cielo. Estos
anteriores paganos encontraron difícil de creer que Cristo, el Verbo Divino,
existió desde toda la eternidad, y que es igual al Padre. De esta manera el
Arrianismo se expandió creando consternación y preocupación en Constantino.
El concilio de Nicea fue convocado por el emperador Constantino y tenido en
el palacio imperial bajo sus auspicios. Constantino vio que las enseñanzas de
Arrio de que Cristo era un ser creado subordinado a Dios como un insignificante
problema teológico. Sin embargo quería tener la paz en el imperio que él había unido
a través de la fuerza. Cuando las cartas diplomáticas fallaron en resolver el
conflicto, convocó a unos doscientos veinte obispos, a los cuales reunió por
dos meses para para elaborar una definición universalmente aceptable acerca de
la persona de Cristo.
Una vez que el concilio fue convocado, muchos de los obispos estuvieron
listos con dicho compromiso. Un joven diácono de Alejandría, sin embargo, no lo
estaba. Atanasio, con el apoyo de su obispo, Alejandro, insistió que la
doctrina de Arrio dejaba al cristianismo sin un salvador. Y abogó por elaborar
un credo que hiciera claro la completa divinidad de Jesús.
En el curso del debate, el más estudiado de los obispos presentes, el
historiador de la iglesia Eusebio de Cesarea (un amigo y admirador del
emperador y medio defensor de Arrio) presentó su propio credo, quizás como una
evidencia de su cuestionada ortodoxia.
Muchos de los pastores, sin embargo, reconocieron que algo más específico se
necesitaba y era excluir del credo la posibilidad de la enseñanza arriana. Para
este propósito produjeron otro credo, probablemente de Palestina. En este
insertaron una serie de frases extremadamente importantes: “Verdadero Dios de verdadero Dios, engendrado no creado, de una misma
sustancia con el Padre…”
La expresión homo ousion “una sustancia” fue probablemente introducida por
el obispo Hosio de Córdova (hoy España). Ya que este tuvo una gran influencia
con Constantino y por lo tanto el peso imperial fue arrojado en este lado de la
balanza.
Después de debates extendidos, todos, excepto dos obispos, estuvieron de
acuerdo con el credo que había sido establecido y que confesaba la fe en el
Señor Jesucristo,… verdadero Dios de verdadero Dios”. Constantino estaba
satisfecho, pensando que el problema había sido resuelto.
Un Asunto Inestable.
Al final resultó sin embargo, que por los próximos siglos los puntos de
vista arrianos y lo que había sido establecido en Nicea batallaron por la supremacía.
Primero Constantino y luego sus sucesores intervinieron varias veces para
desterrar y exiliar a aquellos que apoyaban el Arrianismo. Muchas veces se dio
el caso que el control de las oficinas en las iglesias dependía del control del
favor del emperador.
La larga lucha sobre el poder imperial y los asuntos teológicos culminó a
mediados del siglo V en el concilio de Calcedonia en Asia Menor (hoy Turquía). Allí
los padres de la iglesia concluyeron con que Jesús era completamente y
totalmente Dios. Y finalmente, el concilio confesó que su total humanidad y su
total divinidad estaban unidas en una persona. En otras palabras, Jesús
combinaba dos naturalezas, humana y divina, en una persona.
Esta afirmación clásica y ortodoxa de Calcedonia hizo posible contar la
historia de Jesús como una buena nueva. Ya que Jesús fue un ser humano normal,
hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne, pudo cumplir las demandas
morales de Dios en la ley, y pudo sufrir y morir una muerte real. Ya que Jesús
fue totalmente Dios, su muerte hizo posible la satisfacción de la justicia
divina. Dios mismo había provisto el sacrificio.
El concilio de Nicea, entonces, puso la piedra angular para el
entendimiento ortodoxo de Jesucristo. Y esa fundación permanecería por siempre
desde esa fecha.
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