Sunday, November 2, 2014

Wesley el olvidado









Muchas veces opacado por su famoso hermano mayor, Carlos Wesley ha sido quizás el más famoso escritor de himnos de todos los tiempos.


Imagina las cámaras rodando para filmar una nueva película.
Escena 1-1736 Un joven está tomando un baño matutino en un pantano en Georgia, cuando un cocodrilo se acerca hacia él nadando.
Escena 2-1709 Escena retroactiva. Un niño está siendo rescatado de una casa inglesa que está ardiendo en llamas.
Escena 3-1738 Un hombre en sus treinta años está hablando a una majestuosa audiencia en la universidad de Oxford.
Escena 4-1744 Una multitud de personas airadas está arrojando piedras a un hombre que tiene alrededor de unos cuarenta años.
¿Podemos dejarle este papel protagónico a alguno de los famosos actores conocidos que hablan en más de una ocasión a multitudes que exceden los diez miles de personas?
¿Quién es este hombre de naturalidad inglesa quien, según Frank Baker, promedió escribiendo unas diez líneas poéticas por día durante cincuenta años?
¿Quién es este genio poético que produjo “Se Oye un Son en Alta Esfera” “Oh Quien Tuviera Lenguas Mil” “El Señor Resucitó” “Estad por Cristo Firmes” y muchos otros más?
Este es el olvidado Carlos Wesley.

Prematuro y precoz.
Carlos Wesley fue en hijo número dieciocho de los diecinueve hijos de Samuel y Susana Wesley  (solo diez de ellos llegaron a la edad adulta). Nació prematuro y parecía haber nacido muerto, en diciembre de 1707. Yacía en silencio envuelto en lana, por semanas.
Cuando fue mayor, Carlos se unió a sus hermanos en las clases que cada día su madre Susana, quien sabía griego, latín y francés, metódicamente les enseñaba por un período de seis horas. Samuel Wesley, el padre de Carlos, ministro de Epworth, demostraba alguna habilidad para la poesía, por lo que el papa Alejandro le había encomendado su Disertación del libro de Job. Un don para los versos parecía estar desarrollándose en la familia. En su libro “Historia de los Himnos Ingleses” Benjamín Brawley deja saber que al menos cinco de los hijos de los Wesley tenían talento para componer versos.
Carlos pasó trece años en la escuela de Westminster, donde el único idioma permitido en público era el latín. Además hizo nueve años en Oxford, donde recibió su Maestría en Arte. Se dice que Carlos fue capaz de devanar al poeta latino Virgilio en solo media hora.
Mientras estaba en Oxford, Carlos rompió las reglas de la escuela cuando invitó al hombre más pobre de Oxford a desayunar con él. Ese invitado, George Whitefield, llamó a Carlos “mi inolvidable amigo”. Carlos hizo el papel de Bernabé en la vida de Whitefield, quien fue el iniciador de la predicación al aire libre a miles de personas que no asistían a la iglesia.
Para contrarrestar la tibieza espiritual en ese tiempo, Carlos formó el Club Santo. Carlos escribió: “fui al sacramento semanal y persuadí a dos o tres estudiantes jóvenes a que me acompañaran a observar el método de estudio prescrito por la universidad, eso me hizo ganarme el nombre de Metodista”. Debido al rígido régimen del grupo, que más tarde incluyó el madrugar, el estudio bíblico, y el ministerio en las prisiones, los miembros fueron llamados Metodistas o Precisianistas. (Es una peculiaridad de la historia que hoy no tengamos la Primera Iglesia Precisianista, sino la Metodista).

Conversión a Misionero.
Misioneros no enviado a América, eso era lo que Juan y Carlos Wesley eran en 1735, Juan había conocido al general James Oglethorpe, quien fundó la colonia de Georgia, y Juan estuvo convino en zarpar a la colonia como capellán. Carlos, también ordenado en la iglesia de Inglaterra, fue presionado a sumarse a la aventura como secretario del gobernador Oglethorpe.
Disparado, calumniado, enfermo, rechazado aun por Oglethorpe, Carlos tenía su propio infierno portátil. Haciendo eco de los sentimientos de su hermano Juan, cuando regresaron abatidamente a Inglaterra el año siguiente dijo: “fui a América a convertir a los indios, pero, ¿Quién me convertirá a mí?”.
Después de regresar a Inglaterra, Carlos enseñó inglés al moravo Pedro Bohler, quien a cambio (como Apolos en Hechos) le enseñó a Carlos el camino de Dios más perfectamente. Muchas conversaciones habían en el aire con relación al “nuevo nacimiento” y la conversión instantánea. Bohler le preguntó a Carlos por que esperaba para ser salvo. Carlos respondió “porque he usado mi mejor esfuerzo en servir a Dios”. Cuando Bohler sacudió su cabeza, Carlos se mostró más poco caritativo.
Durante mayo de 1738 Carlos estuvo enfermo y alojado en casa de John Bray, un brasero pobre. El 17 de mayo Carlos comenzó a leer los comentarios de Martín Lutero de Gálatas. Más tarde escribió en su diario: “He trabajado, esperado, y orado para sentir quien me amaba y se había dado a si mismo por mi Gálatas 2:20”. El domingo de Pentecostés del 21 de mayo, escuchó a la hermana del señor Bray diciendo: “en el nombre de Jesús de Nazaret, levántate, y cree, y se sanado de todas tus enfermedades.” Rápidamente se convenció y escribió: “Ahora encontré mi paz interior con Dios, y me regocijo en la esperanza de amar a Cristo”.
Dos días después comenzó un himno celebrando su conversión. El 24 de mayo, Juan llegó tarde en la noche y le dijo “yo creo”, después de su emocionante experiencia de conversión en la calle Aldersgate. Y esa noche el grupo de amigos en el cuarto de Carlos cantaron juntos el himno de conversión.

Un “vil” evangelista.
El 21 de mayo de 1738, fue seguramente el eje de la historia humana. Los próximos años en el diario de Carlos se puede leer las más asombrosas historias de ficción envagelísticas. Más de cincuenta conversiones al evangelio aparecen durante los meses de verano de 1738.
  En la instigación de George Whitefield, Juan y Carlos eventualmente se sometieron a ser más viles y más inconcebibles: predicar fuera de los edificios de las iglesias. En su diario los escritos que cubren desde 1739-1743, Carlos calcula los números de aquellas veces que predicó. La multitud de aquellos a quienes predicó, el total durante estos cinco años llegó a unos ciento cuarenta y nueve mil cuatrocientos.
Desde el 24 de junio hasta el 8 de julio de 1738, Carlos reportó haber predicado dos veces a multitudes de diez miles en Moorfields, “esa Coney Island del siglo XVIII” (como Luccock, Hutshinson y Goodlove dicen en “La Historia del Metodismo”). Carlos predicó a veinte mil en Kennington Common, además dio un mensaje acerca de la justificación frente a la universidad de Oxford. Si alguno concibe a Carlos Wesley como un recluso en algún jardín retirado (como lo fue Isaac Watts) escribiendo himnos como un diletante devocional, debería leer el volumen 1 de “El diario de Carlos Wesley”. Carlos era un evangelista y pastor extraordinario.

Matrimonio, Entrometimiento y Maduración.
En un viaje a Gales en 1747, el aventurero evangelista, ahora de cuarenta años de edad, conoció a la joven de veinte años Sally Gwynne. Sus correspondencias se convirtieron en cartas de amor y en los años siguientes Carlos escribió estos versos:


Dos son mucho mejor que uno
Para el consejo o para la pelea
¿Cómo puede uno solo calentarse
O servir a su Dios correctamente?


Carlos y Juan habían llegado a un arreglo que nunca se casarían sin antes consultarse el uno al otro. Juan aceptó a Sally, y ofició la boda de Carlos y Sally en agosto de 1749. Después de dos semanas de predicación cerca de su casa, Carlos salió para otra ronde de evangelismo itinerante. Al decir de todos, su matrimonio permaneció feliz.
Mientras tanto Juan se mostró interesado en Grace Murray, quien lo había atendido mientras atravesaba por una larga enfermedad. Cuando Carlos supo que Juan y Grace habían decidido casarse se quedó atónito. Carlos erróneamente creía que Grace había sido prometida a un amigo y compañero del ministerio de ambos e inmediatamente viajó a donde Grace y la forzó a terminar esa relación. Juan estaba destrozado. La próxima vez que decidió casarse no dijo nada a su hermano.
Carlos continuó viajando y predicando, algunas veces creando tensión con Juan, quien se quejaba diciendo: “ni siquiera se cuándo y a donde piensas ir”. Su último viaje a lo largo del país fue en 1756. Después de eso, su salud (y posiblemente la desaprobación de algunos predicadores Metodistas) le llevaron gradualmente a renunciar de su ministerio itinerante.
Pasó lo que quedó de su vida en Bristol y Londres, predicando en capillas metodistas.

Magnífica Obsesión.
A lo largo de su vida adulta, Carlos continuó escribiendo versos, predominantemente himnos para el uso en las reuniones Metodistas. Produjo cincuenta y seis volúmenes de himnos en cincuenta y tres años, produciendo en sus letras lo que su hermano Juan llamó: “una cuenta distinta y completa de escrituras cristianas”.
Los Metodistas se hicieron conocidos (y muchas veces fueron objeto de burla) por su exuberante canto de los himnos de Carlos. Un observador contemporáneo dijo: “La canción de los Metodistas es la más hermosa que he escuchado antes. Sus finos salmos tienen melodías excesivamente bellas compuestas por un gran maestro. Ellos cantan en una manera única, con devoción, mente serena y elegancia. Agregaron una pequeña y elegante armonía de la canción en la cual algunas líneas fueron cantadas solo por las mujeres, y luego toda la congregación se unía en el coro de la canción”.
Desde su propio día en adelante, Carlos Wesley ganó admiración por su habilidad para capturar la experiencia cristiana universal en versos memorables. Isaac Watts dijo del poema de Carlos llamado en inglés “Wrestling Jacob” que merecía más mérito que todo lo que él había escrito. En el siglo siguiente, Henry Ward Beecher declaró: “yo hubiera mejor deseado escribir el himno que Wesley escribió con el nombre “Jesús Amante de mi Alma” que tener la fama de todos los reyes que se hayan sentado en trono sobre la faz de la tierra”. Finalmente, el compilador del masivo “Diccionario de Himnología” el Dr. John Julian, concluyó con que: “quizás, tomando en consideración los hechos Carlos Wesley fue el más grande escritor de himnos de todos los tiempos”.
Quizás Carlos Wesley pudo haberse esquivado de tal clase de admiración. Hoy en Bristol, Inglaterra se puede ver la estatua de bronce de Carlos Wesley con las manos extendidas. Grabadas en su base están las palabras de uno de sus himnos, epitomizando la magnífica obsesión de la vida de Carlos Wesley: “Oh déjame encomendarte a mi Salvador”.


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