En un sermón histórico predicado en el tercer día de la segunda disputa de Zúrich, Zwinglio dejó claro su punto de vista con relación al ministerio en un largo mensaje que tiene aplicaciones para todos los tiempos.
El evento crucial que podría marcar el comienzo visible de la reforma en
Suiza puede ser trazado a la Primera Disputa de Zúrich el 29 de enero de 1523,
donde el alcalde y miembros del concilio de la ciudad decretaron “que el
maestro Ulrico Zwinglio podía continuar predicando el Santo Evangelio y la
verdad de las Sagradas Escrituras como lo había estado haciendo hasta ahora por
el mismo tiempo y de la misma manera hasta que otra cosa fuera instruida”.
En la Segunda Disputa de Zúrich, llevada a cabo del 26 al 28 de octubre de
1523, algunas reformas prácticas de la iglesia habían sido discutidas que habían
salido a flote a raíz de la predicación de Zwinglio, la cual había sido
permitida previamente en enero de ese mismo año. Algunas de las reformas fueron
adoptadas, entre las más notables estaban la abolición de las imágenes y la
misa.
Durante la Segunda Disputa, Zwinglio hizo énfasis especialmente en dos
temas: la importancia central y absoluta autoridad de las Sagradas Escrituras
como la Palabra de Dios y la naturaleza del ministerio, la cual debía ser
entendida como nuestra respuesta humana a su Palabra.
En el tercer día de la Segunda Disputa, Zwinglio predicó un largo mensaje
llamado “El Pastor” el cual tenía un título más extenso “Cómo uno puede
reconocer al verdadero pastor cristiano y al falso, y aún más, como uno se debe
comportar respecto a ellos”. Este mensaje fue predicado audiencia que al mismo
tiempo estaba muy mezclada entre miembros del concilio de la ciudad y personas
del clero de otros pueblos, el total de personas se calcula que fue alrededor
de novecientas.
Antes de analizar el pensamiento de Zwinglio en este sentido, debemos tener
en cuenta que sus oyentes estaban extremadamente a la expectativa del
desconcertante contexto histórico en el cual ellos vivieron. Vastos cambios,
espirituales y materiales, estaban haciendo presión a ambos lados en
proporciones casi apocalípticas. En un mundo así, Zwinglio planteó la pregunta:
¿Cómo uno puede reconocer el buen pastor y diferenciarlo del falso? Y ¿En qué
consiste su ministerio?
Su exposición con relación al buen pastor tiene que ver secuencialmente con
los tres ministerios de revelación, reconciliación y revolución, y, al mismo
tiempo, con las tres virtudes cristianas primarias: la fe, la esperanza y el
amor.
Revelación
El primer ministerio, el cual el buen pastor Jesucristo llevó a cabo, y que
también la iglesia, los pastores y todos estamos llamados a desarrollar,
consiste en el ministerio de la revelación, que está en el ministerio de la proclamación
del evangelio. Lo que eso significa, lo explica Zwinglio en su sermón de la
siguiente manera: “basado en la Palabra de Dios, el pastor debe traer sus
fuerzas al entendimiento de la enfermedad de la congregación. Si ellos
entienden y perciben que no pueden ser salvos por sí mismos, entonces el pastor
debe guiarles a la gracia de Dios para que ellos puedan confiar completamente
en ella. Porque Dios nos ha dado para seguridad de su gracia su Unigénito Hijo,
Jesucristo nuestro Señor, a través del cual tenemos entrada eterna a la gracia
de Dios. (Ro. 5:2)
El reconocimiento de la miseria y el pecado, la gracia y la verdad y el discipulado
agradecido, estas tres partes de la proclamación evangélica – reformada no solo
están disponibles como un resumen de la fe cristiana en el conocido libro de fe
de la Iglesia Reformada, en la pregunta dos del Catecismo de Heidelberg, sino
que ya estaba cuarenta años antes en la descripción de Zwinglio del buen pastor
dada en la Segunda Disputa de Zúrich.
Este ministerio no solo demanda palabras agradables sino también una total congruencia
de palabras y hechos, demanda discipulado hacia Cristo, e identidad con Cristo.
Zwinglio dijo: “Así como Cristo, habiendo resucitado de los muertos ya no muere
más, así también ellos, habiendo dejado atrás el viejo hombre, deben vestirse
del nuevo hombre (Ef. 4:22-24) el cual es como Dios, esto quiere decir, el
Señor Jesucristo. Ponerse este nuevo hombre no es otra cosa que vivir como
Cristo vivió”.
“El pastor debe evitar especialmente: ponerse un traje de hipocresía en
lugar de uno genuino; decorarse a sí mismo con capuchas y mantos con capuchas
mientras en su interior está lleno de avaricia (como hacían los monjes y los teólogos
de su tiempo); postrándose hacia abajo pero teniendo una disposición arrogante;
usando una camisa blanca y al mismo tiempo siendo más impúdico que un jabalí
salvaje; usando zapatos altos y sombrero pero al mismo tiempo estando lleno de
envidia y odio; murmurando muchos salmos pero dejando a un lado la verdadera
Palabra de Dios, etc.” Esto quiere decir que el pastor no debía ser un hipócrita,
ni un lobo con vestimenta de oveja, pero por sobre todas las cosas “que el vivo
ejemplo enseña más que mil palabras”.
A pesar de las demandas impuestas en el pastor, Zwinglio enfatizó la
consolación y la confidencia que el pastor puede encontrar en la proclamación del
evangelio, y es que Dios asiste en la lucha sin fin, supliendo todo lo que el
pastor necesita: el poder temporal, pero sobre todas las cosas, la fuerza, el
coraje, el gozo, la paciencia y la perseverancia y todo esto a través del Espíritu
Santo.
Reconciliación
En segundo lugar, la reconciliación, el milagro de la cruz de Cristo. Es primeramente
su “comportamiento con relación a las otras cosas externas” por las cuales el
buen pastor es reconocido. Principalmente, el pastor, usando la manera en la
que Zwinglio se refería en su contexto, el profeta, debe aferrarse a la comisión
a la cual Dios dio al profeta Jeremías: “Y extendió su mano y tocó mi boca, y
me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he
puesto en este día sobre naciones y sobre reinos para arrancar y para destruir,
para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar.” (Jer. 1:9-10)
Básicamente, el ministerio de la reconciliación consiste en la revelación y
proclamación del evangelio, en el perdón de pecados, y en la devoción de todos
aquellos en este mundo, quienes son miserables, enfermos, perseguidos y
apresados, atribulados y sufridos. Por esta razón Zwinglio menciona
inmediatamente las obras del profeta del Nuevo Testamento: que Cristo tiene
gran simpatía con los engañados, y que Cristo, en la mayor parte de su
ministerio, enseñó en una manera amigable. Que, si alguna vez tuvo que
reprenderles, no les censuró tan severamente como hizo con los sacerdotes engañadores.
Parte del ministerio de la reconciliación, desde el punto de vista del
trabajo pastoral, es la lucha contra la violencia y los vicios, y la inexorable
y despiadada oposición contra el interés propio, la avaricia, la envidia, el
orgullo y especialmente contra cualquier forma de hipocresía e idolatría. Es solo
a través de esta lucha que se hace evidente quien es realmente un seguidor de
Cristo. Esto es mostrado por los ejemplos que Zwinglio usó como ilustraciones,
con este propósito Zwinglio usó las siguientes ilustraciones: Moisés frente a faraón
(el asunto de la tiranía y la opresión), Samuel frente a Saúl (“La obediencia
es mejor que los sacrificios”). Natán frente a David (el adulterio y el
asesinato), Elías frente a los profetas de Baal en el Monte Carmelo y al rey
Acab (el asesinato de Nabot), Juan el Bautista frente a Herodes (Herodías) y el
ejemplo de Cristo. Estos profetas mostraros a través de sus vidas que el
ministerio de la revelación, proclamación y reconciliación puede incluir la
muerte.
Por otro lado, es este ministerio precisamente el que prueba que en
realidad la locura de la cruz tiene poder. La muerte reconciliadora de Cristo,
que es la fe en el Cristo resucitado, echa fuera todo temor. El morir por y
para Cristo es el mayor honor posible. Es precisamente en este lugar del sermón
“El Pastor” que uno encuentra la frase más famosa de Zwinglio: “El no temer es
la armadura”.
En nuestros días no entenderíamos completamente la predicación de Zwinglio
acerca de la reconciliación, si no tuviéramos en cuenta que no solo son los
pastores los llamados a este ministerio. En un principio cada cristiano está de
alguna manera u otra en el ministerio de Dios, en el ministerio de la reconciliación.
Todos son guardas de sus hermanos; el pastor y las autoridades civiles en mayor
cuantía por la virtud de su prominente cargo.
En ese tiempo no había necesidad de que Zwinglio dijera eso a su audiencia.
Los miembros de los concilios grandes y pequeños de Zúrich que estaban
escuchando el mensaje se juntaban con regularidad en el ayuntamiento de la
ciudad para tomar cartas en los asuntos que concernían con su pueblo. Tomaban
decisiones y pasaban leyes como “siervos de Dios para el bien”, pero también “como
siervos de Dios para ejecutar su ira sobre los malhechores” y si fuera
necesario usaban la espada sobre los asuntos de la ciudad (Ro. 13:4). Había sido
precisamente este gobierno el cual había organizado las dos disputas para la honra
de Dios y para el beneficio de la ciudad.
En los años siguientes fue solo el concilio y los ciudadanos de la ciudad
de Zúrich lo que apoyaron a Zwinglio en la implementación de su plan para la
reforma de la sociedad. Ellos fueron lo que en realidad llevaron toda la
responsabilidad. Solo ellos tenían la necesaria competencia para abolir las imágenes,
el celibato, los monasterios y las misas. Con la llegada de la secularización de
los monasterios ellos también financiaban el cuidado para los pobres y las
escuelas. Ellos también dieron a la Iglesia Reformada su regla de orden, incluso
el orden de la adoración. Dieron a la ciudad de Zúrich una ley para el
matrimonio la cual sigue aún vigente hasta el día de hoy. Finalmente, estos
miembros del concilio y ciudadanos fueron a la guerra junto con Zwinglio en
defensa de su fe y muchos de ellos murieron en el campo de batalla junto a
Zwinglio. Pero seamos claros: para Zwinglio el ministerio de la reconciliación también
incluía el servicio militar. Él no era un pacifista, mucho menos un
militarista, pero como cristiano creía que debía ser al mismo tiempo un buen
ciudadano y como tal, sujeto al servicio militar.
Debemos tener en cuenta que la Zúrich de Zwinglio del siglo XVI se veía a
sí misma como una república cristiana, donde los ciudadanos eran libres y al
mismo tiempo cristianos. En Zúrich la población de la ciudad era la misma que
la asistencia a la iglesia. En este organismo, divino y humano la justicia pertenecía
a los dos lados: el divino y el humano.
Revolución
Revolución es el tercer punto. La revolución y el cambio pertenecían necesariamente
al ministerio del buen pastor, de la iglesia, y de los ciudadanos cristianos,
complementando e implementando la revelación y la reconciliación.
La revolución y el cambio comenzaron en nuestros propios corazones a través
del amor. Zwinglio comenzó y termino su exposición acerca del amor con dos
percepciones. Al comienzo estaban las bien conocidas palabras: “El amor es por
lo tanto necesario para que todas las cosas sean juzgadas en la medida del
amor. Porque el carpintero no es preciso con su ojo; él necesita una regla. Todo
coraje, habilidad y toda fe no son nada, si no son juzgadas acorde al amor”.
Como dice 1 Corintios 13:4-8: “El amor es paciente y benigno. El amor no
odia. El amor no es molesto. No se exalta a sí mismo no es rudo o impropio. No busca
sus propias necesidades. No es de corto temperamento. No guarda rencor. No se
goza de la injusticia; mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree,
todo lo espera. El amor nunca deja de ser ni comete errores. (paráfrasis de
Zwinglio) aquí se puede ver el tipo de amor necesario para el pastor frente a
todas las demás virtudes cristianas”
Al final, Zwinglio escribe: “Por lo tanto un buen pastor no puede buscar la
recompensa. Porque si el confía y cree que la recompensa es cierta, entonces la
fe estaría puesta sobre la recompensa en sí misma, y por lo tanto la obra se
haría con la mira puesta en el pago más que en el galardón. El siervo busca el
pago, pero el hijo no mira el pago, sino que trabaja con lealtad en la casa de
su padre, dejando a la discreción del padre que el pago será determinado por su
padre y no por él mismo. Ahora, nosotros somos los hijos de Dios y coherederos
con Cristo.
A menos que mal entendamos, debemos mencionar aquí, por supuesto, que
Zwinglio no estaba hablando de pago en efectivo. Cuando el habla del trabajo,
del amor practicado en las obras, está refiriéndose al ministerio que surge
verdaderamente del amor. Para Zwinglio “del amor” siempre significó “de Dios”,
guiado por el Espíritu Santo, pero también animado y fortalecido por el
Espíritu de Dios. Su llamado a la justicia es parte de la manera en la que
Zwinglio entendía el amor. Los buenos pastores, no deberían nunca olvidar que
el ministerio de la revolución pertenece en primer lugar a los otros
ministerios, el ministerio de la revelación y el ministerio de la proclamación del
evangelio y el ministerio de la reconciliación.
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