Thursday, April 7, 2016

Los cien eventos más importantes en dos mil años de historia cristiana: El concilio del Vaticano Segundo en 1962










“En una época de concilio, la iglesia católica emprendió su mayor búsqueda de auto examen a lo largo de la historia y se renovó a sí misma para un mundo más moderno.”


                Alrededor de las 9:00 AM del 12 de octubre de 1962, después de un aguacero torrencial un brillante sol brillaba sobre el cielo italiano. Dos mil cuatrocientos obispos católicos romanos comenzaron una solitaria procesión a través de la Basílica de San Pedro para la solemne apertura del Concilio del Vaticano Segundo. Dentro de la esplendidez de la seleccionada iglesia, los obispos tomaron sus lugares en largas filas para tomar parte en la ceremonia. Cerca del altar se sentaron observadores de otras comunidades cristianas que habían sido invitadas al concilio.
                La apertura del papa Juan XXIII tenía el carácter de una Carta Magna. El mismo se distanció de los “profetas de la destrucción” quienes no podían ver en el mundo moderno otra cosa que no fuera ruina. Invitó a los obispos a considerar si la nueva era podía o no traer un despertar para la iglesia. En vez de condenar la enfermedad de la sociedad y de la iglesia, hizo un llamado a una presentación positiva del mensaje cristiano basado en una nueva apropiación de la tradición y las Escrituras, y en un cuidadoso discernimiento de las necesidades y oportunidades de hoy. El contenido básico de la fe era una cosa, dijo; y como es presentado es otra cosa, y el concilio fue una gran oportunidad para un nuevo ejercicio de la enseñanza autoritaria de la iglesia orientada desde un punto de vista pastoral.


¿Fin de la Contra-Reforma?

                Alrededor de dos años habían pasado desde la preparación del concilio, el cual Juan había anunciado el 25 de enero de 1959. La más extensa consulta de los obispos en la historia de la iglesia había producido alrededor de nueve mil proposiciones para la agenda. En base a esto, diez comisiones preparatorias habían producido manuscritos de documentos para que los obispos consideraran. A lo largo de este trabajo, el prospecto del concilio había evocado un amplio interés, no solo entre los católicos, sino también entre los cristianos. El papa había insistido regularmente que el concilio no solo debería funcionar para la renovación espiritual de la iglesia católica y su adaptación al mundo contemporáneo, sino hacia la reunión de toda la cristiandad.
                El concilio se reunió en cuatro sesiones en los otoños entre 1962 y 1965. La primera sesión fue la más dramática y fijó el rumbo de las tres siguientes. En esta los obispos debieron elegir las comisiones conciliares, claramente optar por una reforma litúrgica substancial, y sobre todo, el rechazo a ser guiados por la dominante actitud defensiva en la doctrina de textos preparados por una comisión teológica controlada por los “profetas del fin”. Cuando los obispos rechazaron los textos de revelaciones producto de su negatividad académica y su carácter anti ecuménico las personas comenzaron a hablar de cambios de época: el fin de la era de Constantino, el fin de la Contra-Reforma.
El papa Juan XXIII vio solo el comienzo del concilio, pero cuando murió, su sucesor, Pablo VI, inmediatamente anunció su intención de continuar con el mismo. Las tres sesiones sobre las cuales presidió fueron el resultado de que los obispos produjeran dieciséis documentos, todos pasaron con una aplastante mayoría, en los cuales la iglesia católica emprendió su mayor esfuerzo de auto examinación nunca antes vista.
Estructuralmente y en espíritu, el concilio difirió considerablemente de los dos concilios ecuménicos reciente. El Concilio de Trento (1545) fue convocado en el medio de la crisis de la Reforma y envolvió un pequeño número de obispos, los cuales eran en su mayoría de las iglesias latinas europeas. El del Vaticano I (1869) también se convocó en tiempos de crisis, causada grandemente por la expansión del liberalismo que fue redefiniendo el papel de la iglesia en el mundo moderno, y fue más bien estrictamente controlado en su modo de operación. Vaticano II, sin embargo, no fue convocado por Juan XXIII para responder a una crisis en particular, sino para renovar la iglesia a la luz del evangelio y para reformarla de modo que pudiera suplir las necesidades y demandas de la iglesia a finales del siglo XX. En este caso había obispos de todas partes del mundo, a quienes se les dio la libertad de estructurar las agendas, seleccionar estructuras, y escribir textos.


¿Qué dijo el concilio?

El texto del concilio con relación a la liturgia hizo un llamado a una concienzuda reforma en la adoración de la iglesia. El texto de la divina revelación regresó a las ricas fuentes bíblicas del mensaje central de la iglesia, propuesta en una noción sensitiva de la tradición ecuménica, y urgió un mayor conocimiento bíblico y de conciencia entre el pueblo.
En asuntos externos, la iglesia detuvo su abierta separación y se comprometió a sí misma a reparar las divisiones entre los diferentes cristianos. El concilio además provocó un importante progreso en la superación de actitudes antisemitas.
Finalmente, los obispos, en dos documentos se refirieron a los retos que traía para la iglesia el mundo contemporáneo. En el texto de la iglesia en el mundo moderno, discutieron las oportunidades y dificultades presentadas por la modernidad, con una fe confiable en que el mensaje de Cristo puede redimirles aún y proveyeron propuestas particulares para las culturas del mundo, políticas, economías, e incluso la familia. En un breve texto acerca de la libertad religiosa, la iglesia declaró que los derechos inalienables de conciencia deben gobernar las relaciones entre la iglesia y el estado, así yendo más allá de la nostalgia por las políticas anteriores que habían caracterizado los pensamientos de la iglesia en el pasado.
El texto conciliar en general refleja las orientaciones generales del papa Juan. Teológicamente, se esforzaron en recuperar la amplia tradición que las luchas de los cuatro siglos anteriores habían oscurecido. Pastoralmente, remplazaron la sospecha y condenación del mundo moderno con apertura y diálogos. Ecuménicamente, insistieron en la centralidad del mundo bíblico y la comunión de la fe y la gracia existente entre los creyentes.


El impacto del concilio

Hay apenas un elemento en la vida interna de la Iglesia Católica o en su relación con otros que no pudo ser afectada por el Concilio del Vaticano II.
Internamente, todos los rituales han sido reformados y ahora son celebrados en lenguaje vernáculo, un mayor acceso a las Escrituras es común entre los católicos, los laicos ahora ejercen muchos más ministerios y tienen más oportunidades de participación; un espíritu de colegialidad afecta cada nivel de la actividad de la iglesia; las iglesias locales han asumido responsabilidad por sus propias vidas y misiones.
Externamente, el diálogo ha reemplazado las sospechas en relación con otras comunidades cristianas, con otras religiones y con el mundo. La Iglesia Católica se ve a sí misma más como una compañera en la común tarea de crear un mundo más humano.
No es una exageración, entonces, decir que la Iglesia Católica ha cambiado más en los cincuenta y cuatro años después del Concilio del Vaticano II, que lo que ha cambiado en los dos mil años anteriores de historia.
  

Friday, March 18, 2016

Los cien eventos más importantes en dos mil años de historia cristiana: El Gran Avivamiento de 1740








“Una poderosa ola de avivamiento bañó toda Norte América, y alteró para siempre el terreno religioso”.

En el otoño de 1740, un granjero cerca de Hartford, Connecticut, escuchó noticias que cambiaban vida. Nathan Cole era un hombre convencionalmente religioso cuya consciencia se le había turbado gradualmente por una insaciable necesidad de Dios. Las noticias consistían en que el joven predicador George Whitefield estaría predicando a doce millas de distancia en Middletown. Inmediatemente, como Cole escribió más tarde, “Corrí hacia el pasto por mi caballo con todas mis fuerzas” y con su esposa se apresuró hacia Middletown “como si estuviaroms corriendo por nuestras vidas”. Llegaron justo a tiempo para ver a Whitefield montado en el andamio que había sido eregido para su sermon. Para Nathan Cole el joven evangelista británico lucía angelical. Pero el mensaje de Whitefield cambió su vida: “Escucharlo a él predicar me provocó una herida en el corazón, por la bendición de Dios todo mi viejo fundamento se había destruído y me di cuenta de que mi justicia no me iba a salvar”. Después de varios meses, Cole estaba convencido de que había sido reconciliado con un Dios de gracia.

Primer Entusiasmo

Nathan Cole y su esposa estaban entre los miles que habían sido encantados con el mensaje de George Whitefield al nivel del Gran Avivamiento de América. Pero las raíces de este avivamiento se extienden mucho antes que Whitefield, y sus frutos podrían ser vistos por generaciones. El primer entusiasmo ocurrió durante las primeras décadas del siglo XVIII. Las predicaciones clamaban por el despertar spiritual lento o la cosecha, un nuevo interés en la gracia de Dios tomó lugar en las Iglesias congregacionales de Nueva Inglaterra, en las congregaciones reformadas alemanas en Nuew Jersey. Salomón Stoddard (abuelo y predecesor de Jonathan Edwards como ministro en Northampton Massachusetts), Theodore Frelinghuysen (Un ministro alemán entrenado por los pietistas continentals) y muchos otros miembros de la familia Tennent (emigrantes presbiterianos del norte de Irlanda) fueron los pioneros de esta obra.

Entonces, a mediados de los 1730 la congregación de Northampton que Edwards había heredado de su abuelo estaba profundamente entusiasmada por las dramáticas predicaciones de Edwards acerca de la justificación por fe. Un testimonio de este entusiasmo, Una Narración fiel de la Sorprendente Obra de la Conversión de Muchas Miles de Almas en Nothampton (1737) fue ampliamente leída en América y en las Islas Británicas y estimuló a otros ministros a buscar un avivamiento similar en sus congregaciones.

El Feroz Whitefield

El avivamiento general no fue, sin embargo, hasta la llegada de Whitefield. Este joven anglicano había sido colega de Juan y Carlos Wesley y ya había experimentado con la predicación puertas afuera en Gran Bretaña. Su razón nominal para estar en América era para supervisar un orfanato en Georgia. Su razón verdadera era predicar. Una persona de carisma sobresaliente, Whitefield también influyó en algo acerca de las circunstancias cambiantes de sus días. La apelación dramática a las personas de Whitefield representaba una adaptación cristiana del viejo evangelio a una especie de mercado libre que rápidamente se desarrolló entre las iglesias. Era personal (no como había sido posicionado en la jerarquía tradicional, no ligado a las restricciones familiares, no como miembros de congregaciones locales) lo que Whitefiel hacía en sus apelaciones. Whitefiel predicó más de quince mil mensajes en sus treinta y cinco años de Carrera itinerante, pero ninguno de ellos fue tan efectivo como el de 1740. En un circuito de Nueva Inglaterra en el otoño de ese año, cuando fue escuchado por Nathan Cole y su esposa, Whitefield se dirigió a una multitud de alrededor de ocho mil personas cada día por alrededor de un mes. Este viaje pudo haber sido el evento más sensacional en la historia de la religión en América.

Al termiar Whitefield dejó a miles preguntándose Qué debo hacer para ser salvo? Además dejó a muchos líderes de colonias maravillados de que tal entusiasmo religioso pudiera provocar tanta estructura social y que no pocos ministros desmayaran al ver este nuevo acercamiento social. Los ataques que eventualmente surgieron en contra de Whitefield y su mensaje llevaron a persistentes disputas. Pero estas también se disiparon cuidadosamente discriminadas por las defensas del piadoso Jonathan Edwards. Las defensas de Edwards del avivador calvinista se convirtieron en el mayor componente de trabajo teológico que estableció como el más poderoso de los teológos cristianos de América.


Cambios Energéticos

Avivamientos como el promovido por Whitefield y defendidos por Edwards pronto se esparcieron a lo largo de las colonias. Algunos, como los avivamientos bajo Henry Alline en los Marítimos Canadienses, rechazaron el calvinismo que había ceñido el mensaje de Whitefield. Otros, como aquellos animados por Isaac Backus en Nueva Inglaterra y Shubal Stearns en Carolina del Norte, fueron dirigidos por bautistas, un grupo que creció en gran número como resultado del avivamiento. Además otras corrientes de renovación ayudaron a preparar el camino para la posterior expansion de los metodistas.

El avivamiento colonial selló el Protestantismo Americano con un caráctar avivador que nunca más se ha perdido. Aunque los que lo iniciaron fueron calvinistas (Frelinghuysen, los Tennents, Whitefield y Edwards) las primeras instituciones legales en recibir dicho avivamiento fueron los bautistas y los metodistas quienes rechazaron el calvinismo, y el establecimiento de la religión. Los historiadores meditan profundamente la conexión entre la voluntad de los avivadores de romper con las tradiciones religiosas y el afán de los americanos solo unas décadas después de arrojar la regia hereditaria de Inglaterra. Los cristianos van a ser impresionados por esa posibilidad, pero aún más por la renovación de la fe que fue el regalo de avivamiento a oídos humildes com el de Nathan Cole.

   

Thursday, December 24, 2015

Los cien eventos más importantes en dos mil años de historia cristiana: La experiencia de conversión de los hermanos Carlos y Juan Wesley en 1738.





Fueron ordenados como ministros y misioneros. Entonces sus corazones fueron calentados de una forma extraña, y sus vidas dieron inicio a un movimiento global.

Juan y Carlos Wesley eran dos de los diecinueve hijos que le nacieron al matrimonio de Samuel y Susana Wesley. Samuel ejercía las labors del ministerio anglicano en Epworth, Inglaterra, mientras Susana, siendo una cristiana modelo, formó en sus hijos tanto las inclinaciones académicas como espirituales.
Aunque de diferentes temperamentos, Juan y Carlos siguieron intereses similares académicos y religiosos. Ambos entraron en la Iglesia de Cristo, ino de los colegios más grandes de Oxford. Juan comenzó en 1720 y Carlos en 1726. Después de recibir su educación, Juan fue elegido miembro en el colegio de Lincoln, en Oxford y ordenado dos años más tarde.

El “Santo Club”: una misión fracasada.
El primer año de Carlos en Oxford fue algo insignificante, pero en su segundo año estableció una vida un poco más seria. Junto a un grupo de amigos formó el “Santo Club”. Ellos se comprometieron unos a otros a vivir una vida cristiana disciplinada y dedicados al estudio serio de las Escrituras, la oración, el ayuno y las obras de caridad. Carlos fue el primero del grupo en ser burlosamente llamado “Metodista” por sus compañeros estudiantes, sin embargo este título se convirtió en el distintivo de honor para estos buscadores del camino Cristiano. Juan Wesley se unió al club despues de una ausencia a Oxford para ayudar a su enfermo padre en las labores de la parroquia, y luego eventualmente se convirtió en el líder del grupo.
En 1753 los hermanos Wesley zarparon con el general Oglethorpe en su segunda expedición a Georgia, pero aun en este viaje de servicio misionero, las viejas dudas acerca de sus experiencias de salvación salieron a la superficie. Ni Juan ni Carlos pudieron encontrar la seguridad de que ellos eran en realidad hijos de Dios por su gracia. Regresaron a Inglaterra creyendo que sus vidas y ministerios habían fracasado. Juan Wesley escribió de su experiencia en Georgia: “fui a América a convertir a los indios; pero, oh, ¿quién me convertirá a mi?”

Corazones “extrañamente calentados”
La respuesta a su pregunta vino poco tiempo después de su regreso de América. Ambos, Juan y Carlos fueron influenciados por los amigos Moravos quienes portaban el mensaje de salvación por gracia por medio de la fee n Cristo.
Carlos Wesley fue el primero de los dos en ser justificado por la fe, y en el domingo de Pentecostés del 21 de mayo de 1738, experimentó el pentecostés en su vida. Escribió en su diario que el Espíritu de Dios “sacó fuera la oscuridad de mi incredulidad”. El prolífico compositor de himnos, que eventualmente compuso entre seis mil a siete mil himnos, escribió un himno para conmemorar su salvación. Mientras los estudiosos debaten acerca de cual de los tres fue el de su conversión, el más probable es el himno que pregunta: “¿Y puede ser que yo pueda ganar algún interés en la sangre de nuestro Salvador?” La última estrofa triunfantemente proclama:
Ahora no temo de ninguna condenación, Jesús, y todo en El es mío: vivo en El, mi cabeza viviente, y vestido en su divina justicia, valiente me acerco al trono eternal y reclamo la corona, a través de Cristo mi Señor.
Tres días después, el 24 de mayo de 1738, la búsqueda de Juan por la gracia de Dios terminó en una reunión casera en la calle Aldersgate en Londres. Escribió es su diario aquel famoso relato de su conversión: “En la noche fui de muy poca gana a una sociedad en la calle de Aldersgate, donde uno estaba leyendo el prefacio de la carta a los Romanos de Lutero. Alrededor de un cuarto de hora para las nueve esta persona estaba describiendo el cambio que Dios obra en el corazón a través de la fe en Cristo, sentí que mi corazón ardía de una forma extraña”
Juan inmediatamente compartió las buenas nuevas con Carlos. Carlos escribió: “Alrededor de las diez, mi hermano fue traído en triunfo por una tropa de amigos, y declaró: ‘Yo creo’. Cantamos un himno con gran gozo y participamos en una oración.”
Hasta su conversión los Wesley tenían lo que Juan describía como “una religion justa y veraniega”. Ambos fueron ordenados. Ambos predicaron, enseñaron, escribieron, compusieron himnos e incluso se dieron a sí mismos a la obra misionera. Todo lo aprovecharon. Ellos no tenían a Cristo, o mejor dicho, Cristo no los tenia a ellos. Vivían por buenas obras pero no por su fe.

Ministerio Herculeano
Con la iglesia establecida cerca de su ministerio, Juan Wesley comenzó su ministerio, predicando a mineros de carbon y plebeyos. A pesar de la oposición, su evangelismo itinerante pronto se expandió a lo largo de las islas británicas. Se estima que Juan viajó alrededor de unas doscientas cincuenta mil millas a caballo y predicó alrededor de cuarenta mil sermones. Además publicó selecciones de sus sermones y escribió de una forma voluminosa. Su uso de predicadores laicos y pequeñas sociedades dispersó el movimiento a unos ciento veinte mil seguidores para el tiempo de su muerte.
Su hermano Carlos también predicó ampliamente, eventualmente se estableció en Londres. Se convirtió en el más prolífico y habilidoso compositor de himnos en la historia de Inglaterra, escribiendo que muchos de los cuales son ampliamente cantados hoy, tales como: “O Quien Tuviera Lenguas Mil”.
A pesar de todo, sus conversiones y subsequentes ministerios no fueron eventos aislados cuyo impacto terminó después del siglo XVIII. Sus vidas continúan grandemente afectando a la iglesia. Muchas denominaciones Metodistas hoy alrededor del mundo suman más de cincuenta millones y siguen abrazando los notables elementos del ministerio de los Wesley: un énfasis en la predicación la organización de grupos pequeños para la oración y el estudio de la Palabra, la importancia de la distribución de libros y tratados y el amor por el pobre, el oprimido, que para los Wesley y sus seguidores llegaron a ser la mayor expresión de la vida religiosa.
La teología de los hermanos Wesley también tiene una influencia que continua fuera de los círculos metodistas. El énfasis de los Wesley en el rol del Espíritu Santo en la vida de los creyentes y en la iglesia ha afectado la santidad del movimiento, el movimiento Pentecosta, e incluso el reciente movimiento carismático.
Un clero educado y la disponibilidad del laicado también eran asuntos de mucha importancia para los Wesley, guiando a la fundación de muchos colegios y seminarios wesleyanos. El balance entre la vida y la mente y la vida y el espíritu, sigue siendo una tradición crítica wesleyana, que busca predicar el evangelio a queinquiera que se convierta de sus pecados, y se levanter en santidad.


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