“En una época de concilio, la iglesia católica emprendió su mayor búsqueda de auto examen a lo largo de la historia y se renovó a sí misma para un mundo más moderno.”
Alrededor de las 9:00
AM del 12 de octubre de 1962, después de un aguacero torrencial un brillante
sol brillaba sobre el cielo italiano. Dos mil cuatrocientos obispos católicos romanos
comenzaron una solitaria procesión a través de la Basílica de San Pedro para la
solemne apertura del Concilio del Vaticano Segundo. Dentro de la esplendidez de
la seleccionada iglesia, los obispos tomaron sus lugares en largas filas para
tomar parte en la ceremonia. Cerca del altar se sentaron observadores de otras
comunidades cristianas que habían sido invitadas al concilio.
La apertura del papa
Juan XXIII tenía el carácter de una Carta Magna. El mismo se
distanció de los “profetas de la destrucción” quienes no podían ver en el mundo
moderno otra cosa que no fuera ruina. Invitó a los obispos a considerar si la
nueva era podía o no traer un despertar para la iglesia. En vez de condenar la enfermedad
de la sociedad y de la iglesia, hizo un llamado a una presentación positiva del
mensaje cristiano basado en una nueva apropiación de la tradición y las
Escrituras, y en un cuidadoso discernimiento de las necesidades y oportunidades
de hoy. El contenido básico de la fe era una cosa, dijo; y como es presentado
es otra cosa, y el concilio fue una gran oportunidad para un nuevo ejercicio de
la enseñanza autoritaria de la iglesia orientada desde un punto de vista
pastoral.
¿Fin de la Contra-Reforma?
Alrededor de dos años habían
pasado desde la preparación del concilio, el cual Juan había anunciado el 25 de
enero de 1959. La más extensa consulta de los obispos en la historia de la
iglesia había producido alrededor de nueve mil proposiciones para la agenda. En
base a esto, diez comisiones preparatorias habían producido manuscritos de
documentos para que los obispos consideraran. A lo largo de este trabajo, el
prospecto del concilio había evocado un amplio interés, no solo entre los católicos,
sino también entre los cristianos. El papa había insistido regularmente que el
concilio no solo debería funcionar para la renovación espiritual de la iglesia católica
y su adaptación al mundo contemporáneo, sino hacia la reunión de toda la
cristiandad.
El concilio se reunió
en cuatro sesiones en los otoños entre 1962 y 1965. La primera sesión fue la más
dramática y fijó el rumbo de las tres siguientes. En esta los obispos debieron
elegir las comisiones conciliares, claramente optar por una reforma litúrgica substancial,
y sobre todo, el rechazo a ser guiados por la dominante actitud defensiva en la
doctrina de textos preparados por una comisión teológica controlada por los “profetas
del fin”. Cuando los obispos rechazaron los textos de revelaciones producto de
su negatividad académica y su carácter anti ecuménico las personas comenzaron a
hablar de cambios de época: el fin de la era de Constantino, el fin de la
Contra-Reforma.
El papa Juan XXIII vio solo el comienzo del concilio,
pero cuando murió, su sucesor, Pablo VI, inmediatamente anunció su intención de
continuar con el mismo. Las tres sesiones sobre las cuales presidió fueron el
resultado de que los obispos produjeran dieciséis documentos, todos pasaron con
una aplastante mayoría, en los cuales la iglesia católica emprendió su mayor
esfuerzo de auto examinación nunca antes vista.
Estructuralmente y en espíritu, el concilio
difirió considerablemente de los dos concilios ecuménicos reciente. El Concilio
de Trento (1545) fue convocado en el medio de la crisis de la Reforma y envolvió
un pequeño número de obispos, los cuales eran en su mayoría de las iglesias
latinas europeas. El del Vaticano I (1869) también se convocó en tiempos de
crisis, causada grandemente por la expansión del liberalismo que fue
redefiniendo el papel de la iglesia en el mundo moderno, y fue más bien
estrictamente controlado en su modo de operación. Vaticano II, sin embargo, no
fue convocado por Juan XXIII para responder a una crisis en particular, sino
para renovar la iglesia a la luz del evangelio y para reformarla de modo que
pudiera suplir las necesidades y demandas de la iglesia a finales del siglo XX.
En este caso había obispos de todas partes del mundo, a quienes se les dio la
libertad de estructurar las agendas, seleccionar estructuras, y escribir
textos.
¿Qué dijo el concilio?
El texto del concilio con relación a la liturgia
hizo un llamado a una concienzuda reforma en la adoración de la iglesia. El texto
de la divina revelación regresó a las ricas fuentes bíblicas del mensaje
central de la iglesia, propuesta en una noción sensitiva de la tradición ecuménica,
y urgió un mayor conocimiento bíblico y de conciencia entre el pueblo.
En asuntos externos, la iglesia detuvo su abierta separación
y se comprometió a sí misma a reparar las divisiones entre los diferentes
cristianos. El concilio además provocó un importante progreso en la superación de
actitudes antisemitas.
Finalmente, los obispos, en dos documentos se
refirieron a los retos que traía para la iglesia el mundo contemporáneo. En el
texto de la iglesia en el mundo moderno, discutieron las oportunidades y
dificultades presentadas por la modernidad, con una fe confiable en que el
mensaje de Cristo puede redimirles aún y proveyeron propuestas particulares
para las culturas del mundo, políticas, economías, e incluso la familia. En un
breve texto acerca de la libertad religiosa, la iglesia declaró que los
derechos inalienables de conciencia deben gobernar las relaciones entre la
iglesia y el estado, así yendo más allá de la nostalgia por las políticas anteriores
que habían caracterizado los pensamientos de la iglesia en el pasado.
El texto conciliar en general refleja las
orientaciones generales del papa Juan. Teológicamente, se esforzaron en
recuperar la amplia tradición que las luchas de los cuatro siglos anteriores habían
oscurecido. Pastoralmente, remplazaron la sospecha y condenación del mundo
moderno con apertura y diálogos. Ecuménicamente, insistieron en la centralidad
del mundo bíblico y la comunión de la fe y la gracia existente entre los
creyentes.
El impacto del concilio
Hay apenas un elemento en la vida interna de la
Iglesia Católica o en su relación con otros que no pudo ser afectada por el
Concilio del Vaticano II.
Internamente, todos los rituales han sido
reformados y ahora son celebrados en lenguaje vernáculo, un mayor acceso a las
Escrituras es común entre los católicos, los laicos ahora ejercen muchos más
ministerios y tienen más oportunidades de participación; un espíritu de
colegialidad afecta cada nivel de la actividad de la iglesia; las iglesias
locales han asumido responsabilidad por sus propias vidas y misiones.
Externamente, el diálogo ha reemplazado las
sospechas en relación con otras comunidades cristianas, con otras religiones y
con el mundo. La Iglesia Católica se ve a sí misma más como una compañera en la
común tarea de crear un mundo más humano.
No es una exageración, entonces, decir que la
Iglesia Católica ha cambiado más en los cincuenta y cuatro años después del
Concilio del Vaticano II, que lo que ha cambiado en los dos mil años anteriores
de historia.
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