LA FIESTA DE LA
PRIMERA GAVILLA
O FIESTA DE LA PASCUA
O FIESTA DE LA PASCUA
1. PRELIMINARES
Hasta ahora no hemos encontrado en el calendario judío
ninguna fiesta que haya pasado al calendario cristiano. En cambio, con la
fiesta de la primera gavilla, la antigua fiesta de la primavera, llegamos a la
primera solemnidad nacida en el paganismo de las religiones cósmicas y
progresivamente espiritualizada hasta el punto de ser hoy la fiesta cristiana
por antonomasia, en continuidad externa con las fiestas humanas antiguas, pero
íntegramente renovada en cuanto a su alcance y contenido. Recordemos brevemente
el punto de partida humano de la fiesta. La caracterizan dos ritos esenciales:
el pan ácimo y la sangre protectora del cordero.
El rito del cordero es clásico entre las tribus
nómadas, incluso actuales: se inmola un cordero (no hay por qué comerlo
necesariamente) y se derrama su sangre sobre las estacas de la tienda para que
sirva de preservativo contra las incursiones del espíritu maligno. En cuanto al
rito de los ácimos, parece ser de origen agrícola y refleja la preocupación de
los campesinos, al obtener la primera harina del nuevo trigo, por no mezclarle
levadura procedente de la cosecha anterior. Con esto entramos de lleno en el
sincretismo de los ritos nómadas y de los ritos agrícolas, tal como lo
practicaba el mundo pagano cuando nació el pueblo hebreo: por una parte, la
fiesta de la primavera, que pudo determinar durante algún tiempo el comienzo
del año; por otra, el rito del cordero preservador.
Se comprende que la aparición de la primavera pudiera
concretarse en una fiesta con el mismo titulo que la riqueza de la recolección
se plasmó en la fiesta del otoño. Si la fiesta de la primavera no llegó a alcanzar
el esplendor de la fiesta de los Tabernáculos, ello se debió, sin duda, a que
el duro trabajo de los campos coartaba en primavera un esparcimiento que el
final de la recolección hacia más fácil y completo.
Nuestros semipaganos de hoy día, que forman las masas
populares, celebran espontáneamente, a menos que sea por un resto inconsciente
de civilización cristiana, la fiesta de la primavera: vacaciones de Pascua,
nueva costumbre de estrenar por Pascua, huevos de Pascua, etc. Todo esto alude
al sentido de renovación, al olvido de la vida antigua, a la evasión del mundo
de todos los días a cambio de "otra cosa". Pensando en estos ritos de
la primavera pagana de nuestros días, podremos ver cómo se las ha ingeniado
Dios para obligar a su pueblo a superar esos ritos sin oponerse a ellos,
celebrando así la renovación de la vida espiritual y la marcha hacia la nueva
era de los hijos de Dios.
Si bien el rito mágico de la sangre del cordero no
tiene prácticamente cabida en un mundo que cree poder sustituir la magia con la
técnica para inmunizar al hombre contra los elementos, quedan todavía muchos
cadáveres de pájaros o de roedores colgados a la puerta de los establos para
preservar de epidemias al ganado y muchos quicios pintados de tiza o cal, para
que podamos considerar a nuestros contemporáneos absolutamente ajenos a ciertos
ritos preservativos, como el de la sangre del cordero.
Parece, pues, que existe la posibilidad de una
catequesis a partir de esas realidades humanas para llevar al cristiano hasta
la plenitud del misterio pascual. Las líneas esenciales de semejante catequesis
nos las indicará Dios mismo, si somos capaces de seguir paso a paso el
desarrollo de su pedagogía en la Escritura.
2. COINCIDENCIA DE DOS RITOS
El primer hecho que debemos considerar es la
yuxtaposición del rito agrícola de los ácimos y del rito nómada del cordero.
Entre ambos ritos no existe ningún nexo original, puesto que pertenecen a dos
mundos distintos y, si el primero está ligado al decurso del año, el segundo
depende de acontecimientos incontrolables. El uno pone al hombre en contacto
con el ritmo cósmico y natural; el otro, en cuanto es posible, le previene de
acontecimientos inesperados: epidemia, desgracia, etc.
Sin embargo, los textos más antiguos de la Biblia
-sobre todo, a partir del Deuteronomio- nos muestran ambos ritos en
coexistencia pacífica. La Pascua se celebra el catorce de nisán, mientras que
la fiesta de los ácimos comienza al día siguiente. Es probable que este
sincretismo obedezca en gran parte a la lenta penetración de los hebreos
nómadas en la región agrícola de Canaán. Pero la Biblia da de ello una
explicación diversa, apenas comprensible para nuestra mentalidad moderna.
Durante la estancia del pueblo en Egipto, se
desencadenan sobre el país una serie de plagas espantosas. La última es
particularmente trágica: el espíritu del mal (el "ángel
exterminador", dice la Escritura) pasará dando muerte a todos los
primogénitos. Inmediatamente los judíos nómadas echan mano del rito tradicional
del cordero degollado y la sangre derramada. El yahvlsta refiere la tradición
por su cuenta, entroncándola en la concepción del monoteísmo según la cual el
ángel exterminador actúa por voluntad de Dios, pero pone gran cuidado en
mostrar que los judíos poseían en su patrimonio un rito eficaz por cuya virtud
se vieron protegidos al tiempo que sucumbían los egipcios:
"Tomad unas cabezas de ganado menor para vuestras
familias e inmolad la Pascua. Luego cogeréis un manojo de hisopo, lo empaparéis
en la sangre que contiene la fuente y aplicaréis esta sangre de la fuente al
dintel y a los quicios de las puertas. ¡Que nadie de vosotros salga de casa
hasta la mañana siguiente! Así, cuando Yahvé recorra Egipto para castigarlo, al
ver sangre en el dintel y en los quicios pasará por delante de aquella puerta
sin permitir al Exterminador entrar en vuestras moradas para asestar sus golpes. Ex. 12, 21-24.
Se adivina la preocupación del redactor de este pasaje
por purificar la tradición, pero ello no quita que podamos ver todavía su
trasfondo mágico en la prescripción de "no salir de casa hasta el día
siguiente". Este aspecto preservativo de la sangre parece ser el portante
del rito, pues el redactor se apoyará en una etimología fantástica de la
palabra Pascua para hacerle decir que el exterminador "pasará adelante"
o pasará por delante". Dios interviene en un antiguo rito mágico para
manifestar así a su pueblo que El le "salva" del peligro que
aplastará a Egipto.
El hecho acontece, como por casualidad, en primavera.
Está cerca la fiesta de la primera gavilla, con que se inaugura el período de
los panes sin levadura. He ahí los dos ritos fortuitamente unidos según el modo
de ver del redactor yahvista, el cual presenta a los judíos abandonando Egipto
precisamente en el momento en que se elabora el pan sin levadura. Pero el
redactor atribuye luego a este pan ácimo un sentido nuevo que lo hace pasar del
nivel naturalista al nivel histórico. Será el pan que hubo de llevarse sin
esperar a que fermentara, debido a la prisa por escapar de la tierra de la
esclavitud:
Los egipcios apremiaban al pueblo para apresurar su
marcha, pues decían: "¡Vamos a morir todos!" La gente se llevó la
masa antes de que fermentara, cargando las artesas al hombro, envueltas entre
sus mantos... Los hijos de Israel partieron de Ramsés hacia Sukkot en número de
unos seiscientos mil infantes -todos los hombres- sin contar sus familias. Se
unió a ellos una numerosa y variada muchedumbre, así como ganado mayor y menor
formando inmensos rebaños. Cocieron ellos, en forma de tortas ácimas, la masa que
sacaron de Egipto, porque no había fermentado. Expulsados de Egipto sin la
menor demora, no habían podido procurarse provisiones para el viaje. Ex. 12, 32-39.
Este pasaje es particularmente interesante, porque nos
demuestra una vez más cómo se las ha arreglado la liturgia para asimilar un
rito de origen agrícola. Mientras que, por lo que se refiere al rito del
cordero, se ha limitado a quitarle el carácter mágico y encuadrarlo en el
monoteísmo (haciendo depender de Yahvé al ángel exterminador), en el caso del
rito agrícola la labor de espiritualización consiste en procurarle nuevas
referencias. Y así, en lugar de ser el signo del ciclo natural de las cosechas
y de la renovación que ese ciclo introduce en la vida, el pan ácimo significa
ahora un acontecimiento histórico: la prisa con que los israelitas abandonaron
la tierra de Egipto. El rito pasa del significado agrícola al nómada, del
naturalista al histórico. Es el proceso seguido por varios ritos agrícolas de
la fiesta de los Tabernáculos, como hemos visto en el párrafo anterior: la
experiencia del desierto es un foco universal de atracción que fuerza realmente
el simbolismo obvio de los ritos. El rito hebreo no pierde de vista la
renovación primaveral celebrada originariamente por el rito mismo; pero esa
renovación adquiere una densidad inesperada: no es ya la simple novedad cíclica
producida anualmente por la naturaleza, sino la novedad de vida que hizo pasar
a todo un pueblo de la esclavitud a la libertad, que le dio nacimiento y le
lanzó a la vida, a raíz de librarle milagrosamente de un mal extraordinario.
3. RITO Y PALABRA
El primer documento legislativo importante que trata
de la fiesta de Pascua pertenece a uno de los más antiguos estratos de la
legislación judía: el Código de la Alianza. Este toma una posición decidida en
favor de la interpretación histórica de la fiesta:
Guardarás la fiesta de los ácimos. Durante siete días
comerás ácimos, como te he mandado, en el tiempo fijado del mes de Abib: porque
durante ese mes saliste de Egipto. Ex., 23, 14-16.
No se puede concluir gran cosa de este texto por lo
que se refiere al silencio sobre el rito del cordero. Sin embargo, es
significativo que se hable de "fiesta de los ácimos", aplicándole el
nombre agrícola, mientras que el término "Pascua" irá más bien ligado
al rito del cordero. Advirtamos también cómo justifica su prescripción el texto
legislativo: "porque durante ese mes saliste de Egipto". Tal
justificación es importante y nos ilustra acerca de la necesidad de explicar la
liturgia una vez que esta abandona el simbolismo simplemente natural. Mientras
el rito no tiene otro significado que el natural, no hay necesidad de
catequesis para hacerlo comprender. Un observador de la época que asistiera a
una comida con pan ácimo, podía comprender su sentido obvio, sobre todo dentro
de un contexto concreto. Pero, para que considere esos panes ácimos como signo
de la salida de Egipto, le es necesaria una iniciación, una catequesis. Así es
como nació la catequesis litúrgica: como compañera normal de un rito desde que
éste adquiere otro significado además del contenido en su simbolismo obvio. Lo
cual quiere decir que, desde que un rito pagano se espiritualiza para llegar a
ser lo que es en nuestra liturgia, debe ir acompañado de una catequesis
explicativa: la Palabra acompaña al Rito para determinar su nuevo alcance. La
"relectura" de un rito humano sólo puede realizarse a través de la
Palabra. Vemos, en efecto, ya desde la época del yahvista y sobre todo en la
reforma deuteronomista, cómo esa catequesis se va ritualizando de algún modo en
el ceremonial de la comida pascual en familia:
Durante siete días, comerás ácimos, y no se verá en tu
casa pan fermentado; no se verá pan fermentado en todo tu territorio. Aquel
día, darás a tu hijo esta explicación: "Esto es memoria de lo que Yahvé
hizo por mi cuando salí de Egipto." Ex., 13, 7-8.
Idéntica catequesis a propósito del rito del cordero:
Cuando hayáis entrado en la tierra que Yahvé os va a
dar, guardaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: "¿Qué
significa para vosotros este rito?", les responderéis: "Es el
sacrificio de la Pascua en honor de Yahvé, que pasa por delante de las casas de
los hijos de Israel, en Egipto, cuando hirió a Egipto mientras perdonaba
nuestras casas." Ex., 12, 25-27.
El diálogo entablado entre los hijos y el padre a
propósito de los dos ritos pascuales viene a ser el origen de la catequesis
litúrgica. La referencia al acontecimiento asegura la nueva autenticidad del
rito, y la Palabra proporciona al rito su nuevo significado. Nos hallamos en el
punto de partida de una evolución que permanecerá fiel a sí misma y se
consagrará en una ley fundamental de la celebración litúrgica cristiana: la
unión entre la Palabra y el Rito. Pero, por desgracia, la mentalidad católica
que sucedió a la Contrarreforma y privó a los católicos de la Biblia, los
privará igualmente de toda catequesis bíblica de los ritos, desembocando en la
triste situación de nuestra época, en que los ritos se celebran sin catequesis
y tienden por tanto a ser comprendidos, no ya en su significado sobrenatural,
sino en su mero simbolismo humano
4. RITO Y ACTUALIZACIÓN DEL ACONTECIMIENTO
Poco después del reinado de Salomón, las costumbres y
la religión del pueblo elegido experimentan un profundo relajamiento. El pueblo
olvida los acontecimientos antiguos y los ritos recaen rápidamente en su simple
significado naturalista o incluso pagano: es el culto del becerro de oro, de
los baales, de los dioses de los elementos. Son conocidos los esfuerzos casi
estériles de los profetas, desde Elías hasta Isaías, por purificar un culto
lleno de simbolismos paganos. Más tarde, el rey Josías y la reforma
deuteronomista marcan la primera etapa hacia una espiritualización. Por una
disposición un poco draconiana y que no conseguirá grandes resultados, Josías
exige que vayan todos a Jerusalén para celebrar la Pascua: suprime así las
costumbres paganas que pudieran nacer en una celebración local de la misma y
unifica la práctica al tiempo que la purifica. Pero el elemento en que más
insiste la reforma deuteronomista es la actualización del acontecimiento
expresado por el rito. La razón es fácil: los hebreos han ido perdiendo de
vista los acontecimientos del desierto y se han apartado de la espiritualidad
que el desierto llevaba consigo, por culpa de una vida cómoda en una tierra
fértil. Todo aquello está demasiado lejos, y ellos prefieren aferrarse a la
religión de la naturaleza, que asegura la fecundidad de la tierra y la
regularidad de las cosechas. Para enderezar esta espiritualidad y reanimar el
interés por los acontecimientos del pasado, el Deuteronomio declarará que el
rito no se limita a recordar unos acontecimientos antiguos, sino que sitúa al
fiel de hoy en el mismo acontecimiento. El rito no es tan sólo recordatorio de
un hecho pasado que pierde su interés a medida que se adentra en el pretérito.
Al contrario, lleva al individuo de todos los tiempos hasta el hecho originario.
Ya hemos visto algunos textos que presentan esta
óptica en los ejemplos de catequesis antes citados: "Esto es en memoria de
lo que Yahvé hizo por mi..." o porque durante ese mes saliste de
Egipto". Pero el Deuteronomio consagrará definitivamente este género de
catequesis que no se limita a tender un puente entre el rito y el
acontecimiento, sino que nos implica en el acontecimiento del pasado:
Procura guardar el mes de Abib celebrando en él una
Pascua a Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib cuando Yahvé tu Dios, de
noche, te hizo salir de Egipto. Inmolarás a Yahvé tu Dios una Pascua de ganado
mayor y menor, en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer habitar su
nombre. Durante siete días no comerás, con la víctima, pan fermentado; comerás con
ella ácimos -pan de miseria-, porque con prisa abandonaste Egipto: así te
acordarás todos los días de tu vida del día en que saliste del país de Egipto.
Durante siete días, no se verá levadura en todo tu territorio, y de la carne
que sacrifiques por la tarde del primer día, no quedará nada para la noche
hasta la mañana siguiente. No podrás inmolar la Pascua en cualquiera de las
ciudades que te dé Yahvé tu Dios; silo en el lugar elegido por Yahvé tu Dios
para hacer habitar su nombre. Sacrificarás la Pascua, a la tarde, al ponerse el
sol, a la hora de tu salida de Egipto... Dt., 16, 1-7.
Varios pasajes de esta prescripción están simplemente
tomados de legislaciones anteriores, pero la originalidad del Deuteronomio
consiste en el afán de implicar en el rito a la persona del fiel: eres tú quien
salió de Egipto.
Esta observación nos permite descubrir un importante
aspecto de la eortologia judía: la fiesta pone al individuo en contacto con el
acontecimiento, pero no sólo por medio del simbolismo de los ritos, sino -y
esto sobre todo- poniendo la conciencia del fiel en una actitud que se
identifica con la actitud de los antepasados que vivieron realmente el
acontecimiento. En otras palabras, el común denominador entre el acontecimiento
y la fiesta no es, en rigor, el simbolismo del rito que recuerda tal o cual
acontecimiento, sino la actitud de espíritu común al antepasado y al fiel que
revive la historia. En la Haggadá actual de la fiesta de Pascua, el ritual
tiene prevista esta munición:
No sólo liberó a nuestros antepasados, sino que
también nos liberó a nosotros con ellos. Porque no se alza un solo enemigo
contra nosotros para exterminarnos. El Santo -bendito sea- nos salva de sus
manos (Ed. Durlacher).
En este estadio de purificación, la fiesta tiende a
provocar, mediante el recuerdo del acontecimiento y el simbolismo del rito, una
actitud de espíritu, una posición de fe, la cual caracteriza, en último
término, el objeto esencial de la fiesta. Sin embargo, esta
"personalización" de la fiesta no se realiza a costa del simbolismo
del rito: la continuidad con las etapas precedentes está bien asegurada. Por el
contrario, el simbolismo del rito se sirve de ella, en cierto modo, para
espiritualizarse más. Parece ser, en efecto, si nos atenemos al texto bíblico,
que la fiesta de Pascua ve nacer por entonces un nuevo rito: la manducación del
cordero. Es probable que tal costumbre se extendiera en el pueblo bastante
antes de la reforma de Josías, quizá bajo la influencia del medio ambiente; de
todos modos, el Deuteronomio, es el primer texto legal que consagra la
existencia del banquete con el cordero pascual.
Sólo en el lugar elegido por Yahvé tu Dios para hacer
habitar su nombre sacrificarás la Pascua, a la tarde, al ponerse el sol, a la
hora de tu salida de Egipto. La cocerás y la comerás en el lugar elegido por
Yahvé tu Dios, y de allí, a la mañana siguiente, te volverás para ir a tus
tiendas. Dt., 16, 6-7.
Hasta entonces todo se reducía a la inmolación del
cordero y a la efusión de su sangre sobre los quicios de la puerta. Si se comía
luego el cordero, tal comida no formaba parte del rito pascual, que se limitaba
exclusivamente a la comida de los ácimos. Pero, a partir del Deuteronomio -y
más aún en la legislación sacerdotal-, la comida del cordero pasa a primer
plano. Semejante evolución es muy significativa por lo que se refiere a la
personalización que se ha operado en el rito: lo que cuenta en primer lugar no
es el simbolismo del rito (repetir lo que hicieron los antepasados), sino la
actitud de espíritu provocada por el recuerdo del acontecimiento. La
manducación del cordero es, a este respecto, mucho más apta para expresar la
participación personal de los fieles en la fiesta que la sola inmolación.
Téngase en cuenta, por lo demás, que la legislación del Deuteronomio no habla
ya de derramar la sangre sobre las estacas de la tienda o los quicios de la
puerta: asimilarse el cordero -y, más allá del cordero, el acontecimiento-
supone un compromiso personal mucho más profundo, expresado claramente por la
misma manducación. Cuando entre en vigor la legislación sacerdotal, tomará el
aspecto de una compilación en que se fusionan elementos diversos: cordero y
ácimos, rito de la sangre derramada y de la manducación, etc. Pero esta
legislación no presenta novedad alguna, fuera del ceremonial para comer el
cordero
El diez de este mes, procuraos cada uno una cabeza de
ganado menor por familia; una cabeza de ganado menor por casa. Si la familia es
demasiado reducida para consumir el animal, asóciese con su vecino más cercano
a la casa, según el número de personas. Tendréis en cuenta el apetito de cada
uno para determinar el número de comensales. El animal será sin defecto, macho,
de un año. Lo escogeréis entre los corderos o las cabras. Lo conservareis hasta
el día catorce de este mes; entonces la asamblea entera de la comunidad de
Israel lo degollará entre dos luces. Tomaréis de su sangre y untaréis los
quicios y el dintel de las puertas de las casas donde se coma. Aquella noche
comeréis la carne asada al fuego; la comeréis con los ácimos y hierbas amargas.
No lo comáis crudo o cocido, comedlo solamente asado al fuego, con la cabeza,
las patas y las tripas. No guardéis nada para el día siguiente. Lo que sobrare,
lo quemaréis al fuego. Lo comeréis así: ceñidos los lomos, calzados los pies,
con el bastón en la mano. Lo comeréis con toda prisa, pues es una Pascua en
honor de Yahvé. Ex., 12, 1-12.
Prescindamos, por el momento, de los minuciosos
preceptos de este ritual para quedarnos con los datos esenciales: cuando el
fiel judío come el cordero pascual como lo haría un nómada, cree hacer algo más
que recordar el acontecimiento; quiere hacer suya la actitud de sus
antepasados, alcanzar su libertad, participar en la renovación de su vida
interior. Por eso, el banquete está calcado sobre el antiguo rito de inmolación
y de aspersión de la sangre. Así queda clara la rica evolución que ha seguido
la fiesta de Pascua hasta llegar a nosotros. Antes hemos visto la exigencia de
una catequesis; ahora vemos la exigencia de una actitud personal consciente,
introducida por el banquete pascual: una manera de revivir el acontecimiento
salvador en la medida en que cada uno se lo asimila por la fe. El rito evoca el
acontecimiento, haciéndolo presente en cierto modo y exigiendo nuestra
adhesión: tenemos ahí en primicias el alcance del Hodie de nuestra liturgia
cristiana.
5. FIESTA DE LA RESTAURACIÓN DEL PUEBLO
Este aspecto de personificación no lo hemos encontrado
tan intenso en nuestro análisis de la fiesta de los Tabernáculos ni en las
fiestas de orden astronómico. Ello se debe, probablemente, a que la Pascua
poseía el dinamismo interno necesario para supervivir definitivamente y doblar
el cabo de la cristianización, en el cual se hundieron tantas fiestas judías.
Esta preeminencia de la Pascua sobre las demás fiestas se va perfilando ya en
el Antiguo Testamento, incluso en la época en que la fiesta de los Tabernáculos
es todavía "la fiesta" por excelencia. Y así, en los distintos
períodos de la historia del pueblo en que se afirma una restauración o se
sanciona de nuevo la alianza -sin cesar comprometida por la infidelidad del
pueblo, los reformadores señalan la Pascua y no los Tabernáculos como fiesta
de esa renovación o restauración. Josías, después de proclamar solemnemente la
renovación de la alianza, la sanciona con la celebración de la fiesta de
Pascua:
El rey dio esta orden a todo el pueblo: "Celebrad
una Pascua en honor de Yahvé vuestro Dios, del modio que está escrito en este
libro de la alianza." No se había celebrado una Pascua como aquella desde
los días de los Jueces que habían regido a Israel, ni durante todo el tiempo de
los reyes de Israel y de los reyes de Judá. El año decimoctavo del rey Josías,
en Jerusalén, se celebró aquella Pascua en honor de Yahvé. 2 Re., 23, 21-23.
El aspecto moral pasa aquí a primer plano para afirmar
el valor de esta renovación de la alianza sancionada por Josías y, al mismo
tiempo, la restauración de la fiesta de Pascua. Más tarde, cuando Esdras
concluya la restauración del pueblo liberado del destierro, tendrá lugar su celebración
en torno a la fiesta de Pascua: Los exiliados celebraron la Pascua el catorce
del primer mes. Todos los levitas, como un solo hombre, se habían purificado; y
ellos inmolaron la Pascua por todos los exiliados, por sus hermanos los
sacerdotes y por sí mismos comieron la Pascua: los israelitas que habían vuelto
del destierro y todos los que, habiendo roto con la impureza de los pueblos de
aquella tierra, se habían unido a ellos para buscar a Yahvé, el Dios de Israel.
Celebraron con gozo durante siete días la fiesta de los Ácimos... Esd. 6,
19-22.
La actitud personal, que es aquí actitud de
conversión, ocupa realmente el lugar más importante de la fiesta. Poco después
del destierro, los documentos sacerdotales dan cuenta de otra Pascua
interesante: la que celebró el rey Ezequías para sancionar otra renovación de
la alianza. Los Libros de los Reyes no habían prestado atención a esta
celebración pascual, sin duda porque todavía no estaban preparados para ello.
Por el contrario, los Libros de las Crónicas, dependientes de la corriente
deuteronomista y sobre todo de la corriente sacerdotal, dan gran relieve a esta
Pascua de restauración celebrada por Ezequías y refieren, en particular, que
entonces la Pascua fue celebrada el segundo mes en lugar del primero, para
asegurar una mayor purificación por parte del pueblo (2 Cor., 30). No es
imposible, por otra parte, que los cronistas hayan trasladado al pasado de
Ezequías un hecho que debió de tener origen en la reforma de Josías. Se
advierte el mismo procedimiento de anticipación en la descripción de la primera
Pascua celebrada por el pueblo a su llegada a Guilgal (Jos., 5, 10-12), relato
ciertamente antiguo, pero "releído" en función de preocupaciones
sacerdotales.
Así, pues, tanto en el plano individual de la actitud
de espíritu como en el plano colectivo de la restauración y renovación de la
alianza, la Pascua aparece, cada vez con mayor claridad, como una fiesta
personalista cuyo objeto esencial, provocado desde luego por el rito, es la
actitud interior, la conversión, la fidelidad moral. Todo esto, sin embargo, se
realiza en plena continuidad con el pasado: nunca faltan los ácimos para
indicar la renovación primaveral, y la celebración de la antigua liberación de
Egipto por la sangre del cordero sigue siendo el verdadero objeto de la fiesta,
aunque sometido a incesantes relecturas por arte de unas almas llamadas a una
conversión y una renovación interiores cada vez más profundas.
Una última modificación en el ritual de la Pascua es
introducida por la Thora de Ezequiel, que prevé una ceremonia de expiación
antes de la celebración de la Pascua. Esta reforma, que desdobla la antigua
fiesta de la expiación situada en dependencia de la fiesta de los Tabernáculos,
viene a demostrar el creciente auge de la Pascua frente a la fiesta de los
Tabernáculos y, sobre todo, la preocupación personalista y moralizante: si los
antiguos pasaron de Egipto a la Tierra Prometida, nosotros hemos de celebrar
hoy aquel acontecimiento pasando, a nuestra vez, de la impureza a la pureza:
Así habla el Señor Yahvé. El primer mes, el día
primero del mes, tomarás un novillo sin defecto, para quitar el pecado del
santuario. El sacerdote tomará sangre de la víctima por el pecado y la pondrá
en los postes del templo y en los cuatro ángulos de la base del altar y en los
postes de los pórticos del atrio interior. Así hará también el séptimo mes, en
favor de los que hubieren pecado por inadvertencia o irreflexión... Ez., 45,
18-20.
Aquí aparece un nuevo tema: la víctima expiatoria hace
el papel del cordero pascual liberador. Sin tardar mucho, una sola persona
asumirá los dos papeles en su único sacrificio: será a un tiempo el macho
cabrío de la expiación y el cordero pascual.
6. LA PASCUA Y EL CALENDARIO PERPETUO
Parece ser que, hasta los documentos sacerdotales, la
fecha de la Pascua estuvo bastante imprecisa. Los textos que hemos citado
hablan tan sólo "del tiempo fijado en el mes de Abib" (Ex., 23, 15).
Tampoco el Deuteronomio es demasiado claro:
Procura guardar el mes de Abib celebrando en él una
Pascua a Yahvé tu Dios, porque fue en el mes de Abib cuando Yahvé tu Dios, de
noche, te hizo, salir de Egipto. Dt., 16, 1-2.
Esta imprecisión se comprende si la fiesta está
determinada por el comienzo de la siega de la cebada y la ofrenda de la primera
gavilla. El mismo término Abib significa Espiga. Pero, a medida que predominaba
el rito del cordero sobre el rito de la espiga y de los ácimos, la fiesta pudo
liberarse un poco de su servilismo demasiado material al ritmo agrícola y
concretarse con más exactitud. Además, mientras el cómputo del tiempo estuvo
basado esencialmente en las fases de la luna, la fiesta podía caer en cualquier
día de la semana. Pero, después del destierro, se va imponiendo en ciertas
esferas sacerdotales, aunque no sin provocar vivas reacciones, un nuevo
computo, medio lunar y medio solar, que permite calcular de manera estable un
determinado día del mes. A partir de entonces, en todos los documentos bíblicos
de la época, los sucesos serán consignados con su fecha exacta, incluso con el
día del mes.
Este nuevo cómputo era un calendario perpetuo solar
con algunas concesiones al calendario lunar. Así resultaba posible que el 14 de
nisán (nueva fecha de la Pascua) no cayera nunca antes del plenilunio del mes.
Todos los documentos bíblicos datados después del
destierro lo están de acuerdo con este calendario perpetuo. Y así la Pascua cae
siempre el 14 de nisán por la tarde (nisán era el nuevo nombre del primer mes);
por tanto, siempre en martes, para que la fiesta se celebre durante la jornada del
miércoles 15 de nisán. Pero no hemos de pensar que el calendario en cuestión se
impuso por completo: oficialmente incluso, el clero del templo conservó (o
adoptó de nuevo) el antiguo calendario en el que la Pascua podía caer en
cualquier día de la semana, según el ritmo de las fases lunares.
De hecho, parece ser que este calendario no será
aplicado más que en ciertas comunidades judías de Palestina, en Babilonia y en
Elefantina y sólo unos sectarios, como los miembros de la Comunidad de Qumrán,
seguirían observando este calendario en abierta oposición con las costumbres
vigentes en el Templo de Jerusalén, al menos en la época de Cristo. Las
cuestiones de calendario siempre han sido, en todas las religiones, objeto de
las peores querellas; no es extraño que también sucediera así en el pueblo
elegido. Entre los argumentos que suscita la polémica, debemos fijarnos en uno:
el que alegan los partidarios del calendario perpetuo diciendo que el otro
cómputo, de base lunar, es de origen pagano y contribuye a mezclar las
costumbres paganas con las costumbres judías. Semejante argumento no carece de
razón y no es imposible que se llegara a regular por un calendario propio la
celebración de la liturgia y de las fiestas judías, precisamente para
caracterizar mejor su originalidad.
La inclusión de la fiesta de la Pascua en los
problemas de los calendarios tendrá dos repercusiones importantes por lo que se
refiere a la espiritualización de la fiesta. En ellas vamos a detenernos.
La primera característica nueva es que, de ahora en
adelante la Pascua se celebrará "el primer mes del año; así el Año Nuevo
dependerá de la Pascua, perdiendo este privilegio la fiesta de los
Tabernáculos:
Este mes será para vosotros el comienzo de los meses,
el primer mes del año. Ex., 12, 2.
El primer mes, el día decimocuarto del mes, entre dos
luces, es la Pascua de Yahvé y el día decimoquinto de ese mes es la fiesta de
los Ácimos de Yahvé. Lv., 23, 5-6.
En estas prescripciones hemos de ver una importante
consagración de la evolución que ha hecho de la Pascua la fiesta más espiritual
del ciclo judío. A propósito del ritual de la expiación, hemos visto que varias
prerrogativas de la fiesta de los Tabernáculos han pasado o pasan a la de
Pascua. Ahora le toca al comienzo del año. Se comprende fácilmente, en esta
perspectiva, que la primera tradición cristiana, al trasladar de la fiesta de
los Tabernáculos a la de Pascua el ritual de entronización del Mesías bajo la
forma de la entrada de Cristo en Jerusalén, no hizo sino seguir el movimiento
iniciado en el judaísmo. La segunda característica, por hipotética que sea,
merece nuestra máxima atención. En la medida en que existieron dos cómputos
pascuales distintos -el oficial del Templo, basado en la luna, y el sectario,
basado en el calendario perpetuo-, ¿no habría también dos maneras de celebrar
el banquete pascual? No es fácil imaginar, en efecto, que los partidarios del
calendario perpetuo, para quienes la Pascua caía en la tarde del martes,
comieran el cordero pascual de acuerdo con lo prescrito, ya que éste debía ser
inmolado en el Templo por los sacerdotes, los cuales seguían oficialmente un
calendario en el que la inmolación del cordero podía caer varios días más
tarde. Se podría pensar que prescindían de corderos pascuales, lo cual no sería
demasiado extraño. Pero, en concreto, parece probable que los monjes de Qumrán
inmolaban el cordero pascual, aunque no en el Templo de Jerusalén, pues
juzgarían que su propia comunidad y su servicio, constituía un verdadero Templo
(doctrina que es fundamental en Qumrán), lo cual les daba derecho a inmolar el
cordero. La hipótesis es atrayente y podría muy bien señalar una nueva etapa en
la espiritualización de la Pascua, etapa que prepararla el comportamiento de
Cristo en su propio banquete pascual: el cordero no es sino el símbolo de una
actitud de espíritu. Desde el momento en que está creada tal actitud -y lo está
en el servicio mutuo, sobre todo si el cordero es el símbolo del
"siervo"-, ciertas prescripciones rituales referentes a la inmolación
del cordero pueden ceder ante lo esencial y desaparecer. Más adelante
insistiremos en la importancia de esta espiritualización.
Idéntico problema se plantea a propósito de los
ácimos. Si hubo dos calendarios distintos, es probable que hubiera también
cierta confusión en el ritual de la Pascua y que los partidarios del calendario
perpetuo celebraran a veces el banquete pascual sin disponer ya de ácimos, al
menos si la confección de éstos estaba condicionada por el calendario oficial
del templo. Podríamos pensar por tanto, que Cristo celebró la Cena el martes 14
de nisán, sin cordero (puesto que no será inmolado hasta el viernes siguiente
en el templo) e incluso sin ácimos. Tal es el punto que procuraremos dilucidar
en el párrafo que sigue.
7. CRISTO EN LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA
El rodeo que acabamos de dar con la cuestión de los
calendarios no es inútil, porque nos permite, a la luz de los trabajos de A.
Jaubert , ver más claro en la conducta de Cristo durante la Pascua que iba a ser
suya como ninguna otra. La mejor explicación a las aparentes contradicciones
entre los sinópticos y San Juan en cuanto a la cronología de la Semana Santa
procede a partir del conflicto entre los dos distintos calendarios (conflicto
que se prolongó en la primera tradición cristiana y dio origen, en parte, a las
graves disputas pascuales que dividieron a la cristiandad hasta el siglo III).
El año de la Cena, la Pascua del 14 de nisán según el calendario perpetuo caía,
como estaba previsto, en martes, mientras que la Pascua según el calendario
lunar, tal como se observaba en el Templo, era el viernes siguiente. Según
esto, Cristo celebró el banquete pascual con sus apóstoles el martes par la
tarde, sin cordero y, probablemente, sin ácimos. Y murió el viernes,
precisamente a la hora en que se inmolaba el cordero en el Templo, como subraya
discretamente San Juan. Estos datos parecen actualmente ciertos a la mayoría de
los exegetas de la Semana Santa.
Pero entonces, ¿qué sentido tiene, para nuestro
propósito un banquete pascual sin cordero ni ácimos? ¿No es la negación de la
evolución hasta aquí seguida? ¿O será, por el contrario, su coronamiento? Aquí
conviene subrayar un punto: después del destierro, Pascua es ante todo la
fiesta de la renovación de la actitud de espíritu, la fiesta de la
"restauración" . Cada uno renueva su corazón y su fidelidad;
renovación que se explicita en la comida del cordero pascual. La coordenada
esencial de la fiesta no es ya la que pone en conexión el rito y su simbolismo
con el acontecimiento del pasado que se conmemora, sino la que relaciona el
rito con la presente actitud de espíritu del fiel.
Pero he aquí que uno de esos fieles, Cristo, fiel por
antonomasia, celebra la Pascua con una actitud de espíritu muy concreta, tan
concreta que es el acontecimiento máximo de toda la historia de salvación: su
sumisión al Padre, su deseo de "servir" a sus hermanos mediante su
muerte expiatoria. Este acontecimiento es tan esencial que ante él se desvanece
todo rito, resultando caduco e inútil. Es inútil inmolar un cordero cuando el
Cordero de Dios está presente, en persona, como el Siervo de Dios (Is., 53, 7)
que se ofrece por los pecados de los hombres y se da en alimento.
Así se comprende por qué Cristo, para celebrar la
Cena, eligió el calendario perpetuo en vez del calendario lunar. Con ello se
liberaba mejor de la sujeción del rito y podía presentarse más fácilmente, sin
velo y sin intermediario, como el rito y el acontecimiento a la vez. El rito
tenía sentido en ausencia del acontecimiento que conmemoraba, pero resulta
vacío en el acontecimiento mismo.
La densidad del banquete pascual de Cristo no reside
en su ritualismo, sino en la actitud de espíritu del Señor que procura
comunicar a sus apóstoles. Es curioso, a este respecto, comparar los diferentes
relatos del banquete pascual en los evangelios y en San Pablo. Mateo y Marcos
se limitan a describir la institución del nuevo rito en torno al pan y el vino.
En cambio, Lucas da un paso más al referir una singular disputa entre los
apóstoles, disputa que los otros sinópticos sitúan en distinto momento de la
vida de Cristo:
Surgió luego entre ellos una disputa sobre quién de
ellos había de ser tenido por el mayor. El les dijo: "Los reyes de las
naciones imperan sobre ellas y los que ejercen autoridad sobre las mismas se
hacen llamar Bienhechores. Pero entre vosotros no es así, sino que el mayor
entre vosotros debe comportarse como el más joven, y el que gobierna, como el
que sirve. ¿Quién es, en efecto, el mayor: el que está sentado a la mesa o el que
sirve? ¿No lo es el que está sentado? Pues bien, yo estoy entre vosotros como
quien sirve". Lc., 22, 24-27.
Lucas tiene, sin duda, una intención muy concreta al
añadir a la Cena -o al conservar en su puesto- esta tradición que la sitúa en
su perspectiva exacta: la presencia de un "siervo" doliente y humilde
basta por si misma para justificar la celebración de la fiesta de Pascua,
porque tal presencia es su contenido. Juan va todavía más lejos cuando
sustituye totalmente el relato de la institución por el del lavatorio de los
pies como elemento esencial del banquete de Pascua:
Durante la cena, una vez que el diablo había inspirado
a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el
Padre había puesto todo en sus manos y que él había salido de Dios y a Dios
volvía, se alzó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una toalla, se la
ciñó. Luego vertió agua en una palangana y se puso a lavar los pies de los
discípulos y a enjugarlos con la toalla que se había ceñido... Después de lavarles
los pies, tomar de nuevo sus vestidos y sentarse a la mesa, les dijo:
"¿Entendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y
Señor, y decís bien, porque lo soy. Por tanto, si yo, que soy el Señor y el
Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a
otros. Os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros como yo he hecho. En
verdad, en verdad os digo: no es eI esclavo mayor que su señor, ni el enviado
mayor que quien le envía." Jn., 13, 1-16.
Incluso el pan ácimo experimenta aquí una importante
modificación, pues no es imposible que Cristo tomara pan ordinario para
significar su Cuerpo. Parece sugerirlo la palabra artos, así como la fecha
anticipada del banquete pascual tomado por el Señor. Es radical el cambio que
introduce Cristo en los ritos de la fiesta de Pascua. Trastorna el calendario y
suprime los dos elementos esenciales desde el punto de vista ritual: e¡ cordero
y los ácimos (lo cual tendrá como primera consecuencia permitir que las
comunidades cristianas celebren la fiesta pascual todos los domingos), pero
saca a plena luz el contenido subyacente a tales ritos: la sangre expiadora y
liberadora del cordero sigue estando presente, pero bajo la figura de un siervo
y en el drama de una persona humillada; sigue también presente la renovación
primaveral de la fiesta, pero bajo la forma de la "nueva" alianza
sellada con esa sangre, y, si los ácimos han desaparecido, su contenido de
novedad y de huida del pasado continúa tan esencialmente incorporado al nuevo rito
de la Pascua que San Pablo puede aludir a él sin que dé la impresión de que
vuelve atrás:
Purificaos de la vieja levadura para ser masa nueva,
puesto que sois ácimos. Porque ha sido inmolada nuestra Pascua, Cristo.
Celebremos, pues, la fiesta no con vieja levadura, ni con levadura de malicia y
perversidad, sino con ácimos de pureza y de verdad. 1 Cor., 5, 7-8.
Este último pasaje expresa la nueva manera de celebrar
la Pascua: la actitud de espíritu de Cristo le ha permitido personalizar la
fiesta en su propio drama. Y la actitud de espíritu que nosotros adoptemos al
participar en ese drama será asimismo el contenido de la fiesta: el rito de los
ácimos será nuestra renuncia al mal y nuestra nueva alianza con Dios, al igual
que el rito del cordero era Cristo mismo. No obstante, el rito perdura en la
celebración cristiana de la Pascua:
Cada vez que comáis este pan y bebéis este cáliz,
anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, quien come el pan o
bebe el cáliz del Señor indignamente, tendrá que responder del cuerpo y de la
sangre del Señor. 1 Cor., 11, 26-27.
Esto quiere decir que, si la actitud de espíritu del
fiel, unida a la de Cristo-Siervo, es el contenido esencial de la fiesta de
Pascua, su rito no está menos presenté corno presencia objetiva de Cristo y de
su actitud de espíritu y como levadura capaz de suscitar en nosotros la actitud
de espíritu correspondiente. Ha nacido así una nueva manera de celebrar la
Pascua, de suerte que el rito ya no tiene el alcance mágico de antaño, ni siquiera
el antiguo alcance simbólico, sino que pasa a ser sacramento, es decir,
contiene el acto mismo de Cristo, objeto de la fiesta, y, al mismo tiempo, el
acto del fiel que renueva en El la alianza eterna suscitada por el acto de
Cristo.
8. UNA HOMILÍA PASCUAL CRISTIANA
Hemos advertido que la catequesis litúrgica apareció
al lado del rito en el momento en que éste abandonó su simbolismo puramente
natural para subir un grado en la escala de espiritualización. Podemos suponer
con razón que esa catequesis litúrgica debió de alcanzar una importancia mucho
mayor cuando el rito dobló el cabo del cristianismo y recibió el encargo de
expresar y realizar el nuevo acontecimiento de Cristo y la correspondiente
actitud de espíritu del fiel. Al parecer, tenemos una gran suerte a este
respecto, pues poseemos una homilía del tiempo apostólico en los materiales de
la primera carta de San Pedro. Carta que ha sido analizada recientemente y
presentada como una composición que, entre numerosos. materiales reproduce un
pequeño catecismo para la celebración de la noche pascual. Nos bastará señalar
los puntos más característicos del estudio publicado por el P. Boismard, para
descubrir a qué grado de purificación había llegado la fiesta de Pascua y qué
exigencias concretas de vida suponía su celebración. Si prescindimos del
encabezamiento de la carta, añadido en época tardía para incorporar la homilía
al grupo de las cartas del Nuevo Testamento, leeremos en primer lugar una
especie de himno introductorio a la Noche de Pascua, que Boismard -basándose en
otros textos paralelos, como Tit., 3, 5-7- reconstruye de este modo:
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor en su
misericordia, el cual nos reengendró por la resurrección de Jesucristo de entre
los muertos para una esperanza viva para una herencia incorruptible para una
salud pronta a manifestarse. 1 Pe., 1, 3-5.
Después de esta bendición de entrada, se leería el
capítulo 12 del Éxodo, lectura que se encuentra en todas las liturgias
pascuales de la época, en toda la Iglesia, y que es ciertamente una herencia
del judaísmo. Dicho capitulo contiene el relato del acontecimiento judío y la
descripción del banquete pascual, que permite a los judíos asimilarse el
acontecimiento y hacerlo suyo. A continuación, la primera carta de Pedro nos
presenta unos elementos que podrían formar el tipo de homilía cristiana sobre
esa lectura judía (1 Pe., 1, 13-21). Homilía particularmente interesante porque
nos revela cómo desemboca el rito en una actitud de espíritu. He aquí lo que
resulta del rito de los lomos ceñidos, previsto en el ceremonial del banquete
(Ex., 12, 11):
Ceñíos, pues, los lomos de vuestro espíritu,
permaneced vigilantes, esperad plenamente en la gracia que os traerá la
revelación de Jesucristo. 1 P., 1, 13.
También el rito del cordero se espiritualiza 12, 5);
Sabed que habéis sido liberados de la vana conducta
heredada de vuestros padres, no con cosas corruptibles, sino con una sangre
preciosa como de un cordero sin defecto ni mancha, Cristo, conocido antes de la
creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos por vuestra causa. 1 Pe., 1, 18-19.
La salida de Egipto y el culto que había que tributar
a Yahvé en el desierto (Ex., 12, 31) hallan también una traducción espiritual:
son el abandono de los ídolos y el culto en espíritu y santidad:
Como hijos obedientes, no os conforméis a las
concupiscencias de antaño, del tiempo de vuestra ignorancia. Antes bien, lo
mismo que el que os llamó es santo, sed santos vosotros en toda vuestra
conducta, según está escrito: "Sed santos, porque yo soy santo." 1 P, 1, 14-15.
El rito halla, pues, su cumplimiento en la actitud de
espíritu del cristiano. Pero esa actitud de espíritu es provocada, a su vez, y
desarrollada por el rito sacramental. Según el P. Boismard, después de esta
homilía se administraba el bautismo a los nuevos cristianos. Y, acto seguido,
la explicación del misterio de este sacramento era tema de otra homilía cuyo
esquema figuraría en la continuación de la epístola.
Tal homilía consta de dos dípticos: una breve
catequesis mistagógica y una exhortación moral. Analicemos, en primer lugar, la
catequesis:
Obedeciendo a la verdad, habéis santificado vuestras
almas para amaros sinceramente como hermanos. Con corazón puro, amaos los unos
a los otros sin desfallecer, engendrados de nuevo de una semilla no
corruptible, sino incorruptible: la Palabra de Dios vivo y eterno... Como niños
recién nacidos, desead la leche espiritual no adulterada, para que, por medio
de ella, crezcáis en orden a la salvación, si es que, al menos habéis gustado
cuán bueno es el Señor. 1 Pe., 1, 22~2, 3.
Esta exposición se centra, como vemos, en torno a las
ideas del nuevo nacimiento y del tránsito de lo corruptible a lo incorruptible.
Notemos la importancia que en este nuevo nacimiento tiene la
"Palabra", la cual es, a un tiempo, la persona de Cristo y la del
Espíritu en la enseñanza de la Iglesia: el bautismo es "baño de agua
acompañado de una palabra", dirá un San Pablo (Ef, 5, 26) como para
indicar dónde reside la originalidad del rito cristiano; un rito, sí, pero acompañado
de una palabra de Dios y de una obediencia a esa palabra. La catequesis
prosigue entonces con una nota más eclesial: la constitución del nuevo pueblo,
en torno al sacrificio y al sacerdocio espirituales:
Acercaos a él, piedra viva, rechazada por los hombres,
pero elegida por Dios, preciosa. Y vosotros, como piedras vivas, servid para la
construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, en orden a
ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo..
Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio regio, una nación santa, un
pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de Aquel que os llamó de las
tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo y que
ahora sois el pueblo de Dios, que no habíais alcanzado misericordia y que ahora
la habéis alcanzado. 1 P, 2, 4-10.
La intención de este texto es mostrar que la Iglesia
hereda ciertos privilegios del pueblo judío: al acontecimiento pascual de
antaño, que aseguró al pueblo semejantes privilegios, responde ahora la persona
y el misterio de Cristo, el cual eleva a la categoría de pueblo a quienes se
incorporan a su vida y se unen a él, piedra fundamental, en el nuevo edificio.
Notemos también la importancia del tema del Espíritu: todo es
"espiritual". La fiesta de Pascua nos introduce en la realidad
escatológica, que se caracteriza precisamente por el don del Espíritu. Nos
hallamos aquí en plena continuidad con el bautismo "según el
Espíritu", que acaba de celebrarse.
Una vez terminada esta catequesis, se pasa a una
exhortación moral que procura aplicar a la vida de cada día los temas del nuevo
nacimiento y de la vida espiritual. Se pasa revista a todas las categorías
sociales de los recién bautizados, con el fin de señalar en qué se manifiesta
el comportamiento social de los cristianos (1 Pe., 2, 11-3, 12). Concluye la
celebración con un nuevo himno que parece inspirado por el tema judío de los
dos caminos y que ha sido reconstruido como sigue:
Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los
humildes. Humillaos, pues, ante Dios y El os ensalzará. Resistid al Diablo y
huirá lejos de vosotros. Acercaos a Dios y El se os acercará. 1 P, 5, 5-1 1.
Si se la toma demasiado sistemáticamente, la tesis del
P. Boismard y de otros exegetas que consideran esta carta como una homilía
pascual resultará tal vez inexacta. Pero, en todo caso, hay que reconocer que
esta catequesis utiliza un número impresionante de documentos parenéticos e
himnológicos y que, catalogando esos documentos, se descubre en ellos una
perfecta unidad con respecto a la fiesta pascual. Pero lo que se desprende,
sobre todo, de tales documentos es la profunda "relectura" llevada a
cabo en el medio cristiano primitivo sobre ciertos elementos antiguos de la fiesta
de Pascua. En el centro de la celebración figura la persona misma del Señor: es
la Palabra que acompaña al rito, Palabra que es "revelación" del plan
de Dios en el rito y que exige "obediencia" por parte del fiel.
9. CONCLUSIÓN
A la luz de lo que Dios ha hecho para realizar su
Pascua ideal, podríamos nosotros examinar nuestra manera de celebrar la Pascua.
¿Nos situamos realmente en ese nivel sacramental donde, en el rito, se une
nuestra fe a la actitud de Cristo, o bien nos contentamos con la emoción suscitada
por el simbolismo pascual... a menos que no hayamos pasado todavía del simple
recordatorio histórico o nos hallemos en el rito de contenido mágico?
La cuestión merece ser planteada, y un profundo examen
de conciencia nos revelará tal vez que, si ciertas reformas como las que Roma
introdujo recientemente en la Semana Santa y, más concretamente, en la Vigilia
pascual- no dan los frutos apetecidos o manifiestan cierta inconsistencia, ello
se debe principalmente a que pastores y fieles no se han situado de verdad en
el nivel necesario. Es muy ilustrativo, a este respecto, seguir la decadencia
de la Pascua en la historia de la Iglesia, examinando las sucesivas razones que
la provocaron. Durante los primeros siglos, la noche de Pascua está dedicada
esencialmente a los bautismos y a la eucaristía. Nos hallamos en pleno ámbito
sacramental: el rito pascual, sea bautismal o eucarístico, moviliza a toda la
comunidad (y no sólo a los neófitos) en una actitud de conversión, en una
profesión de fe consciente y comunitaria por la que todos expresan su deseo de
unirse a Cristo en su nueva vida de resucitado. La asamblea había ayunado
previamente para mejor unirse en la aceptación de su muerte. Apenas si había en
aquella época otros ritos fuera de las sumarias ceremonias de los sacramentos,
y todo se centraba en la renovación interior producida por esos sacramentos en
conexión con el acontecimiento pascual de Cristo. Pronto, sin embargo, se
inicia un segundo periodo en el que desaparecen los bautismos de la Vigilia Pascual.
Y entonces nacen dos ritos de carácter más simbólico que propiamente
sacramental. Se amplia desmesuradamente la bendición del agua, que sustituye a
la administración del bautismo: el agua como elemento simbólico reemplaza al
sacramento y al acto vital de conversión. Se da asimismo una gran importancia a
la bendición de la luz (cirio pascual), precisamente en una época en que, por
irse anticipando cada vez más la vigilia, se podía prescindir de luz. Es cierto
que cabía la posibilidad, a partir de los símbolos del agua y la luz, de
proclamar el misterio pascual, provocando la indispensable actitud de espíritu.
Pero ¿se pasó siempre de la posibilidad al hecho?
Un tercer periodo -coincidente, por lo demás, con el
anterior- procurará dar a los ritos un contenido histórico. Se olvidará un poco
que el rito actualiza el pasado para reducirlo a simple recordatorio de ese
pasado, de igual modo que los primeros judíos celebraban la Pascua en memoria
de la liberación de Egipto. Por eso, se "reproduce" la resurrección
mediante la aparición repentina del cirio pascual en las tinieblas del templo,
se reproduce la entrada de Cristo en Jerusalén mediante la procesión de los
ramos, se reproduce el lavatorio de los pies. Una vez más, la catequesis, capaz
de sacar fuego de cualquier astilla, podría servirse de estos ritos
historicistas para llegar a lo esencial. Pero ¿llegó realmente? ¿No provocó,
por el contrario, con harta frecuencia, algunas reacciones mas emotivas que
auténticamente cristianas como, por ejemplo, esa "imitación" de la
pasión que es el viacrucis o el rito de adoración de la cruz?
El último período hará descender el contenido ritual
de la Pascua a un nivel todavía inferior. Hay que encuadrar en este momento el
tema del fuego sacado de la piedra que es Cristo (una forma de combatir ciertos
ritos mágicos semejantes del mundo germánico), los trocitos de cirio pascual
que tomaban los asistentes para llevárselos a casa a modo de
"sacramental" y que se han convertido en los agnus Dei de nuestros
días, la abundancia de agua bendita el sábado santo, la interminable bendición
de los ramos, etcétera. ¿No nos da la impresión, al recorrer sumariamente la
historia de esta decadencia, de que es la historia contada al revés de las
sucesivas purificaciones a que Dios sometió la fiesta judía de la Pascua a lo
largo del Antiguo Testamento? En cuanto a la feliz reforma de la Vigilia
Pascual, dependerá de la manera en que los sacerdotes sepan adoctrinar a los
fieles el que esa reforma logre su objetivo, restableciendo una verdadera
fiesta pascual donde la renovación de Cristo se haga presente en el seno de una
comunidad que toma conciencia de ello gracias a los sacramentos y que renueva
igualmente su fe y se convierte de nuevo para acentuar su dignidad de hijos de
Dios.
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