Thursday, August 7, 2014

Un martillo que golpeó en la herejía. (Parte 1)






¿Qué pasó exactamente en el famoso concilio de Nicea cuando el emperador romano convocó a unos doscientos cincuenta obispos a debatir?

“Fue de gran importancia en la historia del cristianismo e incluso en la de la humanidad” escribió W. H. C. Frend, acerca del primer concilio de Nicea.
Él ha historia del cristianismo la doctrina de la divinidad de Cristo, una doctrina esencial y única en la cristiandad, fue afirmada formalmente por primera vez. Nunca antes en la historia del mundo se había reunido toda la iglesia para determinar la norma y la doctrina, y mucho menos en solicitud del emperador romano.
El siguiente artículo escrito por el escritor y biógrafo Robert Payne es extractado y adaptado de su libro: “El Santo Fuego: La Historia de las Iglesias Cristianas de los Primeros Siglos en el Cercano Oriente” cuarenta años de erudición más tarde uno puede ser quisquilloso acerca de detalles históricos (clarificaciones y algunos soportes actualizados que han sido encontrados) pero ninguna otra narrativa transmite tan bien la dimensión humana de este evento crítico.
Alejandro de Alejandría había llamado a los presbíteros a una reunión. De acuerdo con el historiador Sócrates, el envejecimiento de “papa” (algunos obispos ancianos eran llamados papa, lo que quiere decir padre) con, tal vez mucha minuciosidad filosófica, comenzó la discusión del misterio teológico de la Santa Trinidad.
Alejandro había discutido el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por algún tiempo cuando fue interrumpido por uno de los presbíteros llamado Arrio, nativo de Libia. No hay evidencia de que Alejandro fuera un teólogo profundo. Él pudo haber fallado y es posible que Arrio hubiera estado justificado en acusar a Alejandro de Sabelianismo, una herejía que envolvía la creencia en la unidad de Dios al costo de la realidad de la Trinidad. Pero combatiendo a Alejandro, Arrio cayó en una nueva herejía, cuando dijo: “si el Padre engendró al Hijo, entonces ese que fue engendrado tiene un comienzo en existencia y de esto sigue que hubo un tiempo cuando el Hijo no era”.
Aquí, en algún momento en 319 dC, el grito de los arrianos “hubo un tiempo cuando el Hijo no existía “fue por primera vez escuchado. Estas palabras iban a tener una influencia extraordinaria en la formación de la iglesia, fueron una dinamita que separó la iglesia en do, y estas palabras, que se leen en griego como la estrofa de una canción, siguieron haciendo eco a través de los siglos.

El problema.
Alejandro fue consternado por la nueva herejía y sabía que había que tomar medidas desesperadas para combatirla. Una vez que fuera admitido “hubo un tiempo cuando el Hijo no existía”, entonces desconcertantes series de futuras herejías seguirían de esta. Alto como es, el Hijo ahora sigue siendo infinitamente más bajo que el Padre. Las palabras son como un calzo dividiendo el monoteísmo de la iglesia. Atanasio (el jefe de los diáconos asistentes de Alejandro) vio claramente el peligro y parece haber tomado la tarea de refutar a Arrio por encima de Alejandro.
Para el crédito de Atanasio, este vio claramente que el daño más peligroso de las herejías, era precisamente la herejía anunciada por Arrio. Y esta era una herejía muy grave. Todo lo que Arrio dijo fue que si el Padre engendró al Hijo, entonces el Hijo tuvo que tener un nacimiento, y por lo tanto hubo un tiempo cuando el Hijo de Dios no existió. El Hijo había venido a la existencia de acuerdo a la voluntad del Padre celestial, aunque mayor que el hombre, Cristo no era más que un mediador entre el hombre y Dios.
No, respondieron Alejandro y Atanasio; Cristo es absolutamente Dios. En nuestra propia era de herejía, la discusión entre Atanasio y Arrio parece ser una separación de pelos, pero para ese tiempo no era así. El historiador Gibón asumió por el pensamiento que el cristianismo había naufragado en la controversia entre  homooussios y homoiousios el destino de la humanidad colgando en una simple iota. Pero la diferencia entre Cristo el mediador y Cristo el Dios es muy real y si Cristo es de la misma sustancia [homo-ousios] o una sustancia [homoi-ousios] como Dios el Padre es un hecho de importancia para toda la cristiandad y no solo para los teólogos
El arrianismo trajo a Cristo abajo a la tierra, haciéndole inferior al Padre y más popular. Siguiendo a Arrio, una persona puede creer que Cristo no fue más que un héroe virtuoso y magníficamente como Dios. Alejandro y Atanasio se rebelaron contra esta concepción y parecieron haber estado perfectamente conscientes de que esta herejía tenía el poder de destruir la iglesia como ellos la conocían.

Primera ronda.
Alejandro parece haber actuado con paciencia, hubo largas y privadas entrevistas con Arrio, oraciones especiales fueron ofrecidas en contra de la naciente herejía. El clero de Alejandría fue convocado para debatir el hecho y muchos de ellos firmaron una carta urgente a Arrio rogándole que considerara retractarse de su herejía. Arrio se rehusó.
Alejandro no tuvo otra alternativa que convocar el sínodo de los obispos de Egipto y Libia y destituir a Arrio y sus seguidores. Luego Alejandro lanzó una encíclica diciendo lacónicamente que la pelea había ido más allá de sus poderes de sanación y que los puntos de vista de Arrio eran anatemas. La herejía que estaba por crecer como una gran flor venenosa era todavía solo un capullo y no todas sus implicaciones eran visibles al principio. En su encíclica, Alejandro, explica algunas de las consecuencias de la herejía:
“las innovaciones de los arrianos que han puesto en dirección contraria las escrituras son estas: Dios no fue siempre un Padre… el Verbo de Dios no existió siempre… ya que hubo un tiempo cuando Este no existía… además tampoco es de la misma naturaleza que el Padre ni es tampoco es la verdadera Palabra del Padre ni tampoco la verdadera sabiduría… y el Padre no puede ser descrito por el Hijo… ya que el Verbo no conoce perfecta y adecuadamente al Padre”.
La carta de Alejandro en la cual muestra signos de haber sido escrita parcialmente por Atanasio, es un resumen magistral de la herejía en sus comienzos, pero sufría de una falta obvia. Estaba muy unida y lógica. Las personas querían algo que pudieran cantar, y de esto Arrio proveyó en abundancia Hubo un tiempo cuando el Hijo no existía“se convirtió en una frase llamativa, hubo otras muchas frases llamativas, himnos y canciones para ser cantadas en las mesas, por los por los marineros, molineros y viajeros. El pueblo tomó la causa de Arrio, quien abandonó Palestina y más tarde Nicomedia donde estaba protegido por el obispo. Aquí en una esquina de Asia Menor, no lejos de Bizancio, Arrio continuó insultando al papa de Alejandría, con la seguridad y convencimiento de que el pueblo estaba de su lado.
Arrio poseyó otras ventajas. Eusebio, el obispo de Nicomedia, tenía amigos en la corte y estaba particularmente allegado a Constancia, la hermana del emperador Constantino, ya el mal que había comenzado en la iglesia de Alejandría estaba corriendo a través de todo Egipto, Libia, el Alto Tebas, Palestina y Asia Menor.

El emperador da sus pasos.
Inevitablemente esto vino a los oídos del emperador, quien discutió con Hosio, el santo obispo de Córdova, que se debería hacer para poner fin a las peleas entre las sectas. Como Santiago I de Inglaterra, Constantino consideraba la unidad como la madre den orden y él no estaba demasiado interesado con la verdad teológica puesta en juego: por lo que decidió enviar a Hosio a Nicomedia y Alejandría con una carta escrita de su puño y letra, donde ordenaba por mandato imperial el fin de toda discusión.
La carta, una de las más sorprendentes cartas escritas por un emperador a sus obispos, ha llegado a nosotros en una versión que no muestra signos de haber sido editada. Está en un temperamento caliente, quejumbroso, desarticulado y dominante. Es abundantemente claro que el emperador no está muy seguro en su mente de que se trata la discusión. El observa que “estas cuestiones son la telaraña de inactividad de la discordia tejida por ingenios curiosos” y pregunta, “¿quién es capaz de distinguir tan profundos y ocultos misterios?” el reconoce que los recipientes están bien armados con argumentos, pero no le da a estos ni pie ni cabeza.
Los filósofos paganos hicieron mejor: ellos rápidamente estuvieron de acuerdo o mostraron su desacuerdo. Pero estos nuevos filósofos son implacables y determinados enemigos de la paz, dejarles tomar profesión de su ignorancia es el propósito final de Dios...
Fue precisamente esta profesión la que Arrio y Atanasio estaban incapacitados de tomar casi en desesperación Constantino concluyó su carta: “viendo que nuestro gran y glorioso Dios, el preservador de todo, nos ha dado una luz común en su gracia yo les ruego que mis esfuerzos sean traídos a un fin próspero y mi pueblo sea persuadido de abrazar la paz y la concordia. Permítanme terminar mis días y mis noches en paz y que yo tenga luz en alegría en vez de lágrimas y gemidos”.
Si Constantino hubiera esperado seriamente poner fin a la disputa, había actuado muy tarde la discusión estaba flameando furiosamente. En cada ciudad, escribió un historiador, los obispos contendían con los obispos y el pueblo contendía unos con otros como enjambres de jejenes luchando en el aire.
Otro historiador destacó el peligro aun mas agriamente: “en tiempos anteriores la iglesia era atacada por enemigos y extranjeros desde afuera, hoy esos que son nativos del mismo país que moran bajo el mismo techo y se sientan juntos en la mesa luchan con sus lenguas como si fueran lanzas”. Cuando Hosio regresó de su misión en Nicomedia y Alejandría era un hombre derrotado y solo pudo reportar que no había visto el fin del fuego que había comenzado cuando un envejecido papa dirigió a sus presbíteros a una discusión con relación a la Santa Trinidad.
Había habido derramamiento de sangre en las calles; Alejandría y Nicomedia estaban intercambiando burlas desafiantes. Constantino decidió tirar todas sus influencias en la batalla.

Convocación al concilio.
Constantino decidió convocar a un concilio general, el primer de una larga serie de concilios de la iglesia que terminó con el concilio de Trento (1545-1563). Escogió como sede del mismo la pequeña ciudad de Nicea, en Bitinia, a unas pocas millas de Nicomedia.
Por órdenes de Constantino 1800 obispos fueron invitados a atender a dicho concilio. Se enviaron mensajeros a todas las partes del imperio con invitaciones, cada obispo estaba autorizado a traer consigo dos presbíteros y tres siervos de su séquito, los servicios de correo público serian ofrecidos gratis, desde todas las esquinas del imperio los obispos descendieron hacia Nicea, poblando los caminos públicos.
No era un buen tiempo para viajar. Los ríos del oriente estaban crecidos con las lluvias tardías de la primavera, y aunque el imperio se extendía desde Gran Bretaña por la frontera de Persia, que estaba bajo condiciones de paz, había soldados merodeando y bandas entre los caminos. Menos de cuatrocientos obispos respondieron a la convocación imperial, pero su número fue absorbido por una horda de presbíteros, diáconos y laicos que si atendieron.
Muchos de los eclesiásticos vinieron del este, por Europa y el norte de África, que aún no se había corrompido por el cisma. Seis obispos y dos presbíteros representaron a occidente. Estos eran Hosio de Córdova, Ceciliano de Cartago, Nicasio de Dijon, Domo de Estrido en Pannonia, Eustorgio de Milán, y Marco de Calabria.  Los dos presbíteros romanos Víctor y Vicencio representaron al anciano y ya muriendo Silvestre obispo de Roma.
Del oriente vinieron obispos que habían sufrido persecución estaba Pablo, obispo de la mesopotámica Cesarea con sus manos quemadas por las llamas, Pafnucio del alto Egipto, famoso por la austeridad de su vida, había tenido si ojo derecho sacado y los tendones de su pierna izquierda habían sido cortados durante la persecución de Diocleciano. El obispo Potamon de Heraclea que había conocido a Antonio y había vivido en el desierto del Nilo había también perdido un ojo
También estaba Santiago, obispo de Nisibis, quien usaba un abrigo de pelo de camello, y de la Isla de Chipre vino el obispo Espiridion, un santo pastor que se rehusó a pastorear la ovejas aun cuando fue elevado al episcopado, un hombre que había hecho milagros en beneficio de los de Chipre y para su mayor deleite tronó en contra de la virginidad, diciendo que estaba correcto y era permitido que las parejas casadas podían y debían disfrutar de la intimidad matrimonial. También estaba Juan, obispo de Persia, de las tierras fuera del imperio, y de un lugar desconocido del norte vino Teófilo de Got, un escita de pelo rubio de algún lugar de Rusia.
Esta abigarrada multitud de obispos representaba varias tradiciones de la cristiandad, había hombres intelectuales de rasgos afilados, había hombres sabios, ermitaños, que habían pasado años de sus vidas vestidos de pieles de cabras y ovejas, viviendo de raíces y hojas de árboles. Había hombres tan santos que era casi de esperarse que estos hicieran milagros durante el concilio.
Había hombres cascarrabias y hombres llenos de herejías, hombres que habían llegado a Nicea buscando el favor del emperador, había hombres que habían venido pacíficamente, con la intensión de observar y luego reportar a sus congregaciones y otros con la determinación de levantar las contiendas en las cámaras del concilio.

Aun así en última instancia, ninguno de estos hombres, excepto Hosio de Córdova iba a tener un efecto tan grande sobre las conferencias del concilio.

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